30 de octubre de 2023

LAS PALABRAS

1. Mi madre: María Ángeles o Marigel

2. Hall del Edificio A (UCM), época de Filosofía, 2009

3. La Elipa, partido de fútbol de poetas contra poetas, 2012

4. Recital en la Sala Clamores

5. Presentación de La postpunk amante de Tiresias en Diablos Azules, 2013

6. En el Cementerio, con Javi (izq.) y Samu (der.), años 2000

7. 15M

8. Cortometraje en Tetuán, 2016

9. María Eugenia, 2013-2015

10. Una lectura en Lavapiés

11. Con mi padre y mis hermanos mayores, en una boda, ca. 1998

12. En el programa de radio El Último Moyano, de M21, 2017

13. Cafetería del Edificio A (UCM), segunda etapa universitaria, 2016-2020

14. Días contra Bolonia, 2008-2010

15. Daniel G. Medranda y Helena García Hermida


VIDA

Nací el 5 de junio de 1990 en el madrileño barrio de Estrella, más concretamente en la calle Jesús Aprendiz n.º 19, cercana a la Colonia de Retiro y a mi primer colegio, el Santa María del Pilar. Cuando contaba ocho años, mi padre, empresario de telecomunicaciones y propietario de una cuadra de caballos de carreras que destacó en los años 90, y mi madre, azafata de vuelo de Iberia, se divorciaron, razón por la cual me separé de mi madre y pasé mi adolescencia con aquél y algunos de mis hermanos en el extrarradio de la capital. Allí terminé bachillerato en el progresista Colegio Mirabal teniendo como amigo a Javier García Tramón –y a Daniel G. Medranda, mi otro gran amigo de infancia–, que ya escribía, impulsándome en el afán literario; y conocí a Enrique López, profesor de Ética y Filosofía que me orientó en mis primeras lecturas –Baudelaire, Pizarnik, Dostoyevski, Hesse–, y con el cual, quince años más tarde, escribiría un libro a cuatro manos. Gracias al oficio de mi madre, viajo mucho: Nicaragua, Sri Lanka, Indonesia, Egipto, Cuba, Brasil, China, Hawáii, Europa..., con estancias en Cobh, Rhode Island y Ámsterdam; y a la edad de dieciocho años decido matricularme en la UCM para estudiar Filosofía bajo la premisa de ser escritor, siendo reveladora la lectura de un cuento –Nieve, de Maxence Fermine– y la obra de Arthur Rimbaud. Aunque abandonaré estos estudios en tercer curso, tengo tiempo para publicar mis primeros textos en la gaceta universitaria Mephisto, participar en la I Semana Complutense de las Letras y trabar relación con poetas e intelectuales como Federico Ocaña, Odile Rodríguez o Rodrigo Amírola; así como para organizar recitales musicales y literarios en la Taberna Angosta junto a Sara Valenzuela y Lucía de la Fuente. Acontecido el año 2011, participo activamente en el 15M y soy asiduo de la escena poética madrileña, en espacios underground como el Bukowski Club, Diablos Azules o La Bella Ciao, todos desaparecidos; y también en Lavapiés, al lado de Francisco José Sevilla, Silvia Nieva, Pablo Cortina o Toño Benavides. En este contexto, publico mi primer libro y participo en la blogosfera con mi blog Ruido por todas partes, que me conecta con escritores/as como Batania, Luna Miguel o Bárbara Butragueño, y paso a formar parte de una antología importante de la joven poesía española: Tenían veinte años y estaban locos. Después de un viaje con lo puesto desde mi ciudad natal hasta Lyon durante el mes de septiembre de 2012, soy devuelto a España poco después incluyendo un cambio de ambulancia en la frontera con Francia, y tras mi recuperación, estudio un curso general de cine en la Escuela Metrópolis C. E. y obtengo un Máster en Fotografía Editorial y Fotoperiodismo por la Escuela TAI, donde recibo clases de fotógrafos como Matías Costa, Gianfranco Tripodo o Jerónimo Álvarez, bajo cuya coordinación participo, en el año 2015, en una muestra colectiva –Latino– dentro del marco de PHE, y para la que retrato al poeta y crítico hispanoperuano Martín Rodríguez-Gaona. Es entonces cuando conozco a María Eugenia –pianista de formación–, mi gran amor. Más tarde, trabajo como fotógrafo en DIMAD (Asociación de Diseñadores de Madrid) durante varios años, dentro de Matadero Madrid; y en Tetuán 30 Días, un periódico local. Mientras tanto, sigo escribiendo y publicando, y en 2016, tras el suicidio de mi madre –2014–, que se arroja al vacío desde el octavo piso de nuestra casa familiar, retomo la vida universitaria para graduarme en Literatura General y Comparada en el año 2020 con un Trabajo Fin de Grado sobre Félix Francisco Casanova bajo la tutela de la poeta y profesora Isabel González Gil, y donde tengo como profesores a Luis Martínez-Falero, Cristina Oñoro o Ángel García Galiano, como compañeros a los integrantes del Vitalismo y como confidente a mi gran amiga: Daniela Forero Arriola. Ya en 2021, mi poema testamentario «El faro escondido» es merecedor del 2.º Premio en el Certamen de Jóvenes Creadores del Ayuntamiento de Madrid, cuyo ganador es Mario Obrero y recayendo el accésit en la poeta María de la Cruz; y en 2022 realizo mi primera muestra fotográfica individual: Primer paseo en la ciudad de siempre, inspirada por Robert Walser y los bartlebys, en la libreria Olavide Bar de Libros. Antes y después de este tiempo, trabajo en diferentes museos de mi ciudad como auxiliar de sala (custodiando la tumba de Goya, el despacho de Ramón Gómez de la Serna en el Museo de Arte Contemporáneo u obras de Picasso dedicadas a Dora Maar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, entre otros espacios) o taquillero y conserje del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC), mientras mi obra aparece en revistas de calado –Estación Poesía, Oculta LitKokoro, Nayagua, Vallejo & Co.etc.– y estudios académicos –«Lecturas del desierto: nuevas propuestas poéticas en la España actual», monográfico coordinado por Álvaro López Fernández, Ángela Martínez Fernández y Raúl Molina Gil desde Kamchatka. Revista de análisis cultural (UV), etc.–. También he sido invitado en dos ocasiones –2015 y 2023– al festival de poetas mediterráneos Voix Vives (en la sede de Toledo), y una –2018– a la Casa de los Poetas y las Letras (Sevilla), junto a otros compañeros de quinta/generación. Guardo en mi haber una novela en clave que tiene como corriente de fondo el art brut, escrita entre Madrid, Salobreña y Praga entre los años 2020 y 2024; y juego ocasionalmente a bolos y ajedrez y albergo interés por el arte contemporáneo.


POESÍA

· Tránsit0 (autopublicado en Internet, 2010; Chiado Editora, 2011; Amargord Ediciones, 2018)

· Colorofilia (autopublicado en Internet, 2012; 89plus & LUMA Foundation, proyecto co-comisariado por Hans Ulrich Obrist, 2017)

· La postpunk amante de Tiresias (Canalla Ediciones, 2013), con prólogo de Francisco José Sevilla y portada de Toño Benavides 

· María Eugenia (autopublicado en Internet, 2014; Chiado Editora, 2015)

· Instantes atómicos (inédito y acompañado de fotografías, 2016)

· Poliedro (Antipersona, 2017), con ilustración interior de Toño Benavides 

· Siglo XXIII (III Premio de Poesía Joven Antonio Colinas, Ediciones de la Isla de Siltolá, 2017), con textos de contraportada de Berta García Faet y Julio Fuertes Tarín 

· Autobiografía heroica (trad. al inglés de Julio Fuertes Tarín, Caligrama Press, 2020) 

· Experiencia y esperanza, junto a Enrique López (Arranca, 2022), con prólogo de Andrés García Cerdán

· Cuaderno de Cracovia (Cartonera del Escorpión Azul, 2023), con ilustraciones de Daniel G. Medranda y nota de Ángela Segovia 

· La razón adivinada (finalista del 71.º Premio Adonáis, La Guerra Chimpancé, 2023), con pinturas de Silvia Flechoso y epílogo de Enrique Morales 

· Los últimos y los primeros (en proceso con la editorial, primer trimestre de 2025)


NOVELA

· Un hombre, tres locos (inédito, 2020-2022)


ENSAYO

· No hay suficientes escritorios para mí. Textos universitarios y no universitarios (inédito, 2015-2025), donde se incluyen artículos, ponencias, mi Trabajo Fin de Grado, reseñas de literatura contemporánea, semblanzas, textos misceláneos, aclaraciones y mi proyecto intermedial #laparticipación, llevado a cabo en Instagram durante los meses de mayo-agosto del año 2022 


DIARIOS

· Archivo del don, también llamado Semanas, precedido por un informe de Bruno Vialas, inspector (inédito, 2023-2024)


RELATO

· Reescritura del 28 de noviembre (inédito, 2024), 3.700 palabras escritas a mano antes, durante y después de la ciudad de Praga


ANTOLOGÍAS

· Tenían veinte años y estaban locos (La Bella Varsovia, 2011)

· Los poetas de la senda (Ópera Prima, 2014)

· Poeta en Nueva York. Poetas de Tierra y Luna (Karima Editora, 2018)

· «Lecturas del desierto: nuevas propuestas poéticas en la España actual» (Kamchatka, UV, 2018)


FOTOGRAFÍA

· Selección de mi fondo fotográfico (obra en marcha), tanto digital como analógico, en: www.alvaroguijarrophotography.com


VÍDEO

· Algunos clips caseros, con y sin músicas, de cuando quisimos dejarlo todo por el cine, en: https://vimeo.com/alvaroguijarro


OTROS

· Ciclo de poesía contemporánea POéTIKAS (La esquina del Zorro, 2013), una conversación con Elia Maqueda y Antonio Díez bajo la coordinación de Gsús Bonilla

· Recital en La noche de los libros (Champañería María Pandora, 2014), con la compañía de Bolo, Sonia Bueno, Óscar Pirot, Giovanni Collazos, Raúl Campoy y Luis Miguel Madrid

· Glosa al proyecto Novela Esencial, de Daniel G. Medranda, en el catálogo de Circuitos25 (tirada de 600 ejemplares, 2014)

· Seminario Místicos y modernos: poesía para tiempos de crisis (Carabanchel, 2015), un encuentro promovido por la revista Volavérunt con Sesi García, Andrea Toribio y Federico Ocaña

· Presencia en Contadas Obras II (2017), junto a Wences Lamas, María Jerez, Sabina Urraca y Antonio Ferreira, con dibujos a modo de crónica de la artista Eva Zaragozá Marquina 

· Dirección, guion y actuación en el cortometraje Waiting for Godette (YouTube, 2017), junto a Franc Streich y Jessica Diego 

· Grabación del tema musical Frío, junto a Helena García Hermida (YouTube, 2019), del grupo Albura

· Hoja de sala de la exposición COME ON, YOU CAN DO THAT (Blueproject Foundation, 2019), de Mikel Escobales Castro 

· Imágenes de la pieza audiovisual Prima Facie (YouTube, 2021), con música original de Agu González 

· Prólogo a peinar el viento, (Letraversal, 2023), de Ernesto Castro Córdoba

2 de octubre de 2023

ÁRBOL (Segunda semana)

 


Yo utilizo la física. Él la fabrica. Yo llego a la Luna en proyectil de cañón, no hay en ello ninguna superchería. Él se va a Marte en una astronave que ha construido con un metal para el que no cuentan las Leyes de la Gravedad. Todo esto es muy bonito, pero que me enseñe este metal, que lo produzca. 

JULIO VERNE tras la lectura de The First Men in the Moon (1901), de H. G. WELLS

 

Decidí abandonar la fábrica por un periodo de seis meses, un tiempo que según los médicos era de sobra suficiente para mi recuperación. Mi problema era de carácter anímico. Llevaba diecinueve años trabajando entre sustancias tóxicas y maquinaria de grado 3, en el Centro. En ese arco, había presenciado amputaciones de extremidades y voces perseguidoras entre mis compañeros. Teníamos el sueldo más alto del país, por si alguien se preguntara qué hacíamos allí. Y cuidaban de nuestras familias con llamadas telefónicas diarias y comida a domicilio que preparaban en el Anexo 100. No sé si todo eso es suficiente para explicar mi dependencia. En cualquier caso, como digo, viajé a la costa, estableciéndome en un pequeño pueblo casi deshabitado con una única tienda de menesteres y otra fábrica, esta vez en desuso, que en sus años de bonanza producía alcoholes destilados.

         Las mañanas eran ricas en luz y gatos de monte, y las tardes eran empleadas por las vecinas para realizar gestiones en las aldeas aledañas, a las que se accedía solo con motocicleta. En este sentido, era virtuoso contemplar a las abuelas del pueblo con las faldas levantadas por las cuestas de arenisca no siempre ayudadas por jóvenes. De hecho, el primer día que llegué, ya vi a una mujer transportar butano no sé bien aún de qué manera con setenta u ochenta años con una cuerda atada a su espalda. Solo había un hombre en el pueblo, o dos si cuento en alza la extrema historia de Jacinto Robles, razón por la que llamaban a este emplazamiento «Lagar de las Viudas». También había mujeres jóvenes y saludables que pisaban la uva, pero ya digo: no había hombres a excepción del viejo farero y del hombre Jacinto, que okupaba una casa en construcción. Yo desconocía esta situación antes de llegar aquí, y hasta muy avanzada mi estancia no supe que, aunque por supuesto había mujeres jóvenes en el pueblo, estas provenían de las ciudades medianas de alrededor, en las que habían dejado a sus padres varones por una suerte de pacto. Lagar de las Viudas era sinónimo de matriarcado y futuro social en una sociedad hostil con las mujeres, algo de lo que yo era muy consciente en el Centro por nuestra relación con los medios de información, aquí inhábiles, aunque mi visión política me acercara más a ellas que a los hombres por una figura de madre fuerte y mis doce jefas en la fábrica, cada una a la cabeza de los principales departamentos, incluidos, por supuesto, los de Utilidad y Supervisión.

         Era fácil fijarse en aquel árbol, el único contrario a los viñedos y que además se alzaba honorable en la entrada del pueblo, con toda su oscuridad. Una oscuridad sencilla si atendemos a la continua cadena de zarzas que rodeaba su tronco, a modo de peligro o autoprotección; o a sus ramas desnudas, tal nervios. El árbol era célebre en la zona. A sus pies había dispuestas desde piedras pintadas por niños a ofrendas efímeras como las de la cultura budista, que muchos peregrinos venían a traer. Esta mezcolanza me hacía pensar en la evidente transversalidad que abriga la cultura popular, concebida, de algún modo, para todos y para uno. El hecho de que un símbolo pueda ser experimentado tanto por el Bibliotecario como por el Chapista, y eso no rebaje su intensidad o su sentido. No en vano existen el árbol de la vida y los bosques prohibidos. Mi propósito, si el departamento de Conexión no me lo impide, es narrar aquí mi relación con aquel árbol único, que es lo mismo que narrar mi relación con el Lagar, como quedará claro. Solo si me es permitido, como ahora está siendo.

          Mis jornadas eran atléticas. Nada más levantarme, bebía una cantimplora de suero y subía a la terraza a introducirme veinte o treinta cigarros mientras mi vecina Margarita silbaba con éxito desde la terraza adyacente sentada frente al horizonte en su silla de plástico blanco. Bien podía ponerme los cascos y escuchar la radio y eludir todo aquello, pero de ocho a diez de la mañana ya digo que solía fumar y comer ajo compulsivamente mientras me adentraba en el folklore local a través de su boca de siglos. Este hecho hacía de transición entre mis noches soñadas y el despunte del alba, con un dibujo del mar elevadísimo frente a nosotros, tan alto que parecía venírsenos encima. Tal vez por eso, las canciones de Margarita, con la que hablaba de materiales y de química en el rellano, incluían extrañas alusiones al agua, presentada de forma monstruosa y omnipotente y ajena a la aparente apacibilidad con la que ella ejecutaba su silbo. Y aunque me aprendí dichas canciones inconscientemente, fue entre sus rimas dolientes cuando escuché por primera vez una alusión clara al árbol en cuestión. Obviamente, yo no relacioné hasta mucho más tarde la presencia de ese árbol en dichas romanzas de iniciación con el árbol que principiaba el Lagar de las Viudas. Fue solo cuando vi a Margarita un día apoyando su motocicleta y sus bolsas de componentes electrónicos a su vera repitiendo lo que sería para cualquier persona cualificada una oración mientras doblaba su cuerpo al ritmo de un metrónomo y zarandeaba sus brazos ancianos de los que colgaba sangre, que pude relacionar las líneas mañaneras de su voz con la fisonomía y el estandarte del árbol. Sin duda, se trataba de él, pero ¿a qué se debía tal importancia? No solo en el Centro lo tildarían de fundacional, sino también en el Círculo 7, obligando a su extirpación inmediata. Como yo había aprendido a lo largo de mi carrera, la Naturaleza es avara por su lógica netamente potencial e irracional, en último término contraria a los límites, que para cualquier experto en Convivencia, haya obtenido o no el rango de Ideador, son la regla primera de la libertad. Para colmo, este árbol parecía albergar dentro de sí propiedades anímicas, un hecho que parecía evidente por su popularidad dentro y fuera del Lagar.

         Al margen de los postulados de la Ceremonia Global, firmados, como todo el mundo sabe, el 3 de junio de 2024, o justamente a razón de ellos, los pueblos de dentro y fuera del Centro han venido teniendo especial cuidado con los errores de la Naturaleza, concebidos, si se quiere, como anatemas. Aunque mi tarea principal en el Lagar de las Viudas era el mero descanso y la remisión absoluta de una enfermedad no siempre clara a mis ojos, los trabajadores de la fábrica del Centro, en agradecimiento por nuestras condiciones laborales y nuestro ambiente filial, firmamos un contrato, en el inicio de nuestra prometedora trayectoria, en el que la cláusula XY soluciona nuestra intermediación si tuviéramos conocimiento sobre alguna anomalía ya no solo en el Centro, sino también en el Entorno o en la Zona Gris. En este sentido, el Lagar se enmarcaba en la categoría de pueblo de Entorno por el uso de materiales humildes en sus casas, la presencia de menos de 21 antenas, animales callejeros y la salida al mar, con útiles para ello y la posibilidad de puerto. Después de examinar a conciencia el poder de imantación de aquel árbol tras entrevistar a las vecinas del pueblo –una tarea no siempre fácil, pues empleaban metáforas místicas con su propio léxico, muy diferente al mío–, examinar la zona para recoger muestras –fui una noche para intentar grabar con mi videocámara el nivel de plasma del árbol y una escopeta prendió seis cartuchos no muy lejos de allí y se trajeron lobos anónimos y tuve que escapar del lugar ingiriendo inmediatamente una pastilla de protección– y redactar, finalmente, un informe, mi excedencia de cura trocó en un caso de trabajo extraoficial.

         Las gentes del Lagar se mostraron colaborativas con mi nuevo papel comunicativo, que además no podía ocultar al necesitar su parte. Es de suponer que ellas ya sabían que tarde o temprano alguien de la fábrica del Centro o alguna persona ajena al Entorno podría llegar a su pueblo y fijarse en lo que era un enigma a vista de todos a excepción de sus vecinas, aunque para todas esas mujeres el árbol fuera un enigma vivo también. Aunque era de género hombre y en la última revisión actualicé la casilla 49 confirmando tal condición, la masiva mayoría femenina del pueblo no se mostró ni un segundo guerrera conmigo, un hecho tal vez debido a mi Índice de Intuición y mi Coeficiente de Relación Femenina, destacados a nivel interestatal. No en vano, ambos indicadores eran subrayados como cualidades por mis jefas en la fábrica y eran también la culpa por la que crecí tan rápido, según ellas, dentro de los estamentos de la organización.

         A grandes rasgos, mi investigación aclaró varios puntos ciegos. En primer lugar, que el árbol era saludado a la entrada y salida del pueblo por cada una de sus habitantes de forma obligatoria y no opcional, normalmente incluyendo este saludo saliva en las raíces del árbol, algo que sin duda recordaba a los ritos religiosos y que excedía el cerco de lo Impersonal atribuido a todo ente natural o inerte; seguidamente, el hecho de que solo los niños y los turistas extranjeros estaban autorizados, en lo que era una clara vinculación con lo Inconsciente, a mantener contacto físico con el árbol, pero en ningún caso las vecinas, que era lo mismo que decir que la Naturaleza podría estar por encima de la Razón y no al revés, como efectivamente dice el documento comunitario surgido de la Ceremonia Global y como ya contenía la pretérita Tabla Universal, origen de nuestra civilización; y, por último y con la mayor urgencia: la posibilidad, remota pero dibujada según las respuestas de las entrevistadas, bajo la aplicación en los casos más esquivos de dosis de Palabra Neutra, de que el árbol supusiera el Final de la Espera, una negligencia, una herejía y un desacato que me hizo deber activar el Primer Protocolo –reitero mi perdón– pero que no activé por la aparición de Jacinto Robles en tales respuestas, apareciendo su nombre en el 63 % de las mismas en vinculación al árbol, en algún caso figurándole como la persona que lo trajo al pueblo en el año 2048 e inacabando el caso, pues aunque traté de dar con él en numerosas ocasiones durante mi orquestación, no le encontré nunca ni en su casa okupada ni en ningún otro espacio, siendo incongruente por tanto cerrar el fichero.

         El encuentro y la encuesta con el masculino Jacinto Robles se convirtió, por tanto, en mi mayor prioridad. Ya había vencido el quinto mes (o quinto día de una larga semana) y todavía no le ponía cara. Llegué a dormir entre materiales de obra cercanos al que era su hogar según todo el mundo y a fondear la costa con una barca propiedad de una prima de Margarita, prestada un sábado por amistad, bordeando las Fosas. Ni rastro. Contaba los días (las horas) para el final de mi proceso, que dentro de no mucho llegaría a su cierre, y en las graves consecuencias que tiene para el perfil de un trabajador de la fábrica del Centro un Caso Inacabado. Decidí entonces consultar al autor de estas líneas. Solo él sabría dónde se encontraba Jacinto y qué papel ocupaba en la historia del árbol. Con cierta desesperación (el viento entraba furioso por la ventana y señalaba el séptimo día), ordené los libros, me comí tres granadas enteras sin pelar, me tumbé en la cama con una toalla de agua caliente sobre las rodillas y prendí la Cinta de Emergencia esperando su respuesta, hasta que sonó tono. 

         Recibí contacto, y después un largo silencio. Realicé entonces una exposición sucinta, de unos diez minutos, después de dar mi número de operario, del caso que tenía entre manos, estimado en Importancia 6. Antes de acabar, y yo lo sabía porque en mi contrato aceptaba el uso de Telepatía incluso a través de medios electrónicos protésicos y no protésicos, el Autor pisó mis palabras, cada una de estas últimas palabras mías, y añadió:

 

–Jacinto Robles es un «Adán», resto del Viejo Mundo. Si no le encuentras, es porque le estás buscando, y además no existe ya. Todas esas mujeres lo encontraron hace mucho tiempo, pero ellas son parte del Mundo Nuevo, que ellas y no otros han de construir. Si respetan a ese árbol al que aludes es a razón de su respeto por el Viejo Mundo, un respeto más asentado en el Entorno que en el Centro, como deberías saber. Igual su respeto por los llamados «Adán», ya que en el Entorno la pregunta por el origen de nuestra existencia, y por ende de nuestro lenguaje, es necesaria todavía. Respecto a tu fotografía, si la examinas con detenimiento, verás que las espinas, los acúleos y aguijones que de su tronco forman parte, no son otra cosa que lágrimas, lágrimas que el Viejo Mundo todavía transfiere al Mundo Nuevo a través de la Naturaleza. Tu árbol, mi querido amigo, es uno de los Primeros Árboles, o «Árbol».