12 de enero de 2025

LA PUESTA EN ALZA DEL PRIMER POUND FRENTE AL SEGUNDO: La belleza iniciática de 'Personae' y los 'Cantos', o fin del hacedor execrable

Personae (Editorial Domés, México, 1981)

Decidí que a los treinta años sabría sobre poesía más que nadie.

EZRA POUND, “How I began”, en T.P.’s Weekly (junio de 1913)

Para la pequeña investigación o propuesta de espíritu comparatista que ahora iniciamos, partimos de la premisa de que hay dos autores en uno, como ha sucedido, o la Academia ha hecho suceder, con muchos autores y autoras a lo largo de la historiografía literaria (y también en otras disciplinas o ramas del saber), en este caso Ezra Pound (1885-1972), mentor del imagismo –escuela en favor del estilo claro y la precisión en el empleo de imágenes– y, en términos más cenitales, del modernismo anglosajón. Intelectual, poeta y execrable defensor del fascismo en sus últimos años bajo la luz de la psiquiatría, también fue crítico, labor que dejaremos de lado, aunque no del todo, y que se puede rastrear en su ABC of Reading (1934) o en sus Literary Essays (1935), seleccionados por T. S. Eliot, quien dedicó a Pound –para él, “Il miglior fabbro”– su revolucionario poema The Waste Land (1922) en un año clave para la literatura mundial, con Trilce y Ulises. De este modo, el primero de los dos ciclos vendría a ser el del autor de Personae (1908-1920), escrito por el autor en su época londinense y donde ya investigaría la inclusión de ciertas tradiciones, como la latina, la provenzal o la oriental, desarrolladas de forma exponencial y definitiva en su obra posterior, y que a veces se subtitula con la nomenclatura Los poemas breves. Menos canónico, en él destacan las colecciones de Cathay (1915) y Lustra (1916); y, si hablamos de virtudes literarias, la exactitud, un manejo total de las formas poéticas y una erudición en camino. En camino a la que será su segunda etapa, más consensuada por la crítica sea cual sea su ámbito y en alta o baja cultura: la de la elaboración de los Cantos, para algunos el poema épico más importante del siglo XX y cuya escritura tardó más de cincuenta años en acometer hasta morir solo y loco en Venecia. Y es que este acercamiento constructivo quiere rebajar la atención sobre la capitalidad de una obra como los Cantos que, aunque basada en la intertextualidad en grado sumo y sin duda con logros en nada despreciables, es hermética, vertical, cerrada y enferma subjetivamente por quien la escribe o la copia; no como pasa con los excelentes poemas de Personae, donde el poeta ambicioso que ya entonces era Ezra Pound todavía nos deja llegar a él sin manuales como los que proliferan para acercarnos bien a su trabajo, textos que ante todo se apoyan en una mirada humanística, armónica y bella, a modo de pequeños gestos histórico-íntimos: un lenguaje sin encriptar como sí ya en los Cantos.

            Haciendo acopio de textos que nos sirvan de modelo, y para connotar de forma esencial ambas etapas o épocas del autor, leamos el primer poema de la producción de Pound, que, al contrario que como le pasó a Jorge Luis Borges con Fervor de Buenos Aires (1923), no anticipa, como sí le pasó a él o le dijo pasar, su obra futura, y en versión de Guillermo Rousset Banda, que es la edición base que manejaremos de Personae publicada en México en 1981 en la Editorial Domés, con posfacio de Juan José Arreola: 


TRENOS

 

                            Nunca más el suspiro leve.

                            Nunca más los vientos turbarán en el crepúsculo.

 

                            Mirad a la belleza muerta!

 

                            Nunca más arderé.

                            Nunca más el aleteo

                            que zumbaba encima.

 

                            Mirad a la belleza muerta!

 

                            Nunca más me desollará el deseo,

                            nunca más el temblor

                            al encuentro de mis manos.

 

                            Mirad a la belleza muerta!

 

                            Nunca más el vino de los labios,

                            Nunca más el saber.

 

                            Mirad a la belleza muerta!

 

                            Nunca más el torrente,

                            nunca más el punto de la cita            

                            (mirad a la belleza muerta!)

                            Tintagoel.

 

(1908)

            Y ahora coloquemos en contraposición o como (im)posible diálogo un fragmento del que es uno de los principales cantos de la obra considerada magna: el “Canto XLV”, en relación con la usura, concepto clave en su obra aunque haya quienes hayan aducido que el acercamiento del poeta a la economía fue más metafórico que sabio o estudiado, y para el que elegiremos la edición bilingüe de Javier Coy con traducción de José Vázquez Amaral y apéndice de Archie Henderson (Cátedra), contenido en el Tomo I (de tres):

 

CANTO XLV

 

                            […]

                            Usura es un ántrax, usura

                            mella la aguja en las manos de la muchacha

                            y detiene la pericia del que hila. Pietro Lombardo

                            no vino por usura

                            ni Pier della Francesca; Zuan Bellin’ no por usura

                            ni pintóse “La Calunnia”

                            Angelico no vino por usura, no vino Ambrogio Praedis

                            No vino iglesia de piedra cincelada firmada: Adamo me fecit

                            No por usura St. Trophime

                            No por usura Saint Hilaire

                            Usura oxida el cincel

                            Oxida el oficio y al artesano

                            Roe los hilos del telar

                            Nadie aprende a tejer oro en su dibujo;

                            El azur tiene una llaga por usura; el carmesí sin bordar se queda

                            El esmeralda a ningún Memling tiene

                            […]


            ¿Diferencias, cierto? Y para colmo, lo único que los vincula es el uso de la referencia culturalista con la que Pound cierra de forma muy enigmática su poema “Trenos” frente a todas las demás que hallamos en el “Canto XLV”. Un culturalismo de aporte o matiz en el caso del primer poema y de laberinto o desfiguración en el caso segundo, donde ya no es que se nos solicite como ese “lector modelo” al que eludía Umberto Eco, sino que, como ya hemos apuntado, la lógica que vincula dichas referencias es, en cierto grado, paranoica, hasta tornarse inaccesible. Ya no es que Tintagoel sea una metáfora –o en este caso, un espacio metafórico– que nos sirva de ilustración a lo que se ha escrito para ampliar su sentido, sino que, en el caso del estudioso de la usura, todas esas referencias son catalogables, y se disponen en el poema con un valor torrencial que impide una interpretación concreta y razonada, o sólo para aquellos que tienen a mano el Finnegans Wake. Por lo demás, también es significativo el tempo de cada poema, siendo el primero más calmado –pese a las exclamaciones, incluso–; y el segundo claramente nervioso o como hecho con prisa (u hoy, como por una máquina).

Es también notoria la anáfora con carácter de manifiesto á la vanguardias históricas del primer poema de Pound: “Mirad a la belleza muerta!”, que funciona a modo de máxima y muy anticipadamente; así como el espacio para una intimidad personal que se relaciona con los imaginarios de la bohemia crepuscular: “Nunca más el vino de los labios, / Nunca más el saber”, y que bien podría relacionarse con la mención al “azur” que hace Pound, color estrechamente ligado con los movimientos literarios de finales del XIX como el decadentismo, el parnasianismo o el simbolismo, Baudelaire a la cabeza. Hay, en este sentido, más espacio para la biografía en la “zona Personae”, mientras que la mascarada es un requisito en la “zona Cantos”, como ya preludiara Robert Browning con el monólogo dramático y aunque el propio Pound, pese a la intertextualidad que enmarca su obra, llegara a decir que su obra “contiene una innovación, una contribución definitiva en el arte de la expresión verbal”, que, como veremos, se basa en una serie de objetivos estilísticos.

Dichos aportes, de índole esencialmente técnica dentro del hacer poemático, incluyen densos estudios sobre el versolibrismo o el ritmo en poesía más sus implicaciones, hasta su ulterior relación con la emoción, la síntesis y los fines del texto; al margen, los postulados imagistas –o modernistas, si queremos hacer una lectura de carácter más amplia–, que también comparten poetas como la sobresaliente Hilda Doolitle o H. D. (cuyo nombre elevado a iniciales fue una propuesta del propio Pound y cuya obra se está recuperando en España estos días) o el epítome tutelar de T. S. Eliot (también en dos franjas o dos autores, con sus Four Quartets (1941), en nada vinculante a su texto fundacional de 1922, corregido por Pound), serán indicios del camino a seguir para una propuesta de escuela elevada a sistema poético. Tampoco nos olvidarnos del idioma en el que escribe Pound: el inglés. Shakespeare mediante, pasa por yambos, hasta dar lugar a una métrica que se compone de cuatro metros fundamentales: yámbico y trocaico (dos sílabas) y anapéstico y dactílico (de tres). Veamos un ejemplo de esta relación con la tradición en un poema de Lustra (1916), donde aparece –v. 9– la que es, para muchos, la clave, al menos, de este primer Pound:


EPÍLOGO

 

                            Oh canciones precedentes,

                            admiración semanaria.

                            Al salir en las revistas

                            conmovieron a Chicago.

                            Y ahora gastadas, rancias,

                            son ya tan exhausta moda,

                            caperuza, miriñaque,

                            la vetustez cotidiana.

                            Sólo la emoción perdura.

                            ¿Sus emociones?

                            Las de un maître-de-café.

 

 (1916)

 

             “Sólo la emoción perdura”… Interesantísimo, y más en relación con el exhaustivo estudio de las formas que desarrolló Ezra Pound, en este poema colmado de octosílabos tipo romancero, y que bien podrían clausurar dicha emoción. ¿Es entonces la emoción el después de las formas? ¿O el alma de las formas, mejor dicho, en tanto que es humano lo que da lugar al empleo de dichos recursos? Aquí es menester una nota de carácter psicológico: la emoción como noción de libertad y no como noción de cosa liberada. Si es libre, es universal; si está liberada, no olvida a lo que responde, y por tanto es rastreable el diálogo con el contrapeso del que se desprende y al que niega. La emoción, en suma, es el hombre; o el ser desnudo detrás de la máscara. No en vano, “persona”, en su etimología, refiere a “máscara”, algo básico para comprender la poética poundiana. En este sentido, nosotros defendemos que esa mascarada estará más presente en el segundo Pound, y ya no sólo con máscaras sino con personajes; con todo, en Personae, el autor ya ha reconocido su deuda con la tradición, razón por la cual se justifica su instancia. Es imposible obviar, en esta dirección, el homenaje o la reescritura que Pound acomete en el primero de sus Cantos, que es una fundición del contenido de los cantos X y XI de la Odisea de Homero, y donde entra el propio Odiseo, también el vidente Tiresias y otros. Y más concretamente, ya desde el frontispicio de este primer texto, se esgrime un diálogo en relación con el canto XI del relato griego, con el tópico del “descensus ad Inferos”:

 

CANTO I

 

                            Y bajamos a la nave,

                            Enfilamos quilla a los cachones, nos deslizamos en el mar divino, e

                            Izamos mástil y vela sobre aquella nave oscura

                            Ovejas llevábamos a bordo, y también nuestros cuerpos

                            Deshechos en llanto, y los vientos soplaban de popa

                            Impulsándonos con hinchadas velas,

                            De Circe esta nave, la diosa bien peinada.

                            Nos sentamos luego en medio de la nave, mientras el viento

                                    hacía saltar la caña del timón,

                            Así con velas reventando, navegamos hasta el fin del día.

                            El sol a su descanso, las sombras en el océano todo.

                            Llegamos entonces al confín del mar más hondo

                            […]

 

             También es notorio, en el poema “Epílogo”, la actitud de cierta saña o espíritu revolucionario o a-la-contra, que dice mucho de la figura, en términos gestuales o de postura, según los crecientes estudios autoriales, que vino a ocupar Pound en el contexto en el que se mueve: el siglo XX, con las dos terribles guerras mundiales de las que fue testigo y el momento de mayor terror y crueldad al que ha llegado el hombre, o el nazismo, al que se adscribió y sobre el que generó propaganda. No puedo sino hablar de mi posicionamiento en este punto, y es que este trabajo es un enfrentamiento con un enemigo, porque a los enemigos es mejor conocerlos a fondo; y aunque haya algún otro autor como Antonin Artaud, al que valoro especialmente, bajo similar pesadilla, alejado del humanismo y en radicalización. Dicho esto, las pretensiones de Pound son desmesuradas, eso es algo innegable; y Allen Ginsberg, por poner un ejemplo notorio de intelectual de izquierdas que representó tan ejemplarmente la (contra)cultura norteamericana de los años 50 y 60 junto a otros compañeros beat como Kerouac o Gary Snyder –y al que estimo por encima de Artaud y muy por encima de Ezra Pound– en lo que era un proceso de liberación y recuperación de derechos inalienables (con la joya de Howl (1956), una suerte de poema épico también a su manera, no exento de juicios y trifulcas), tuvo interés en Pound, llegando a visitarle, encuentro del que hay imágenes. No es baladí, esto; y nos enseña que, en aquel entonces, autor y obra estaban todavía separados, no como nosotros planteamos en otro ensayo aún por aparecer, donde quedan vinculados y a un nivel exponencial a medida que avancen las perspectivas de carácter ético y político por parte del autor dentro del mundo –o mundillo– del arte; o con Bourdieu: en el campo literario. Un presente con fenómenos como tendencias que se aleja, bastante, del siglo anterior.

            Otro poema que rescataría de Personae es “Causa” –tengo la esquina doblada en esa página–, y que me lleva indefectiblemente a un epigrama de Ernesto Cardenal; subgénero, el del epigrama, en el que ya destacara el poeta latino Marcial o directamente él (re)fundara y que Pound desarrolla a lo largo de toda su trayectoria, en tanto que imprecatorio, una forma de encarar obra y vida muy coherente según ya hemos entrevisto. Los expongo a continuación, para mostrar la sutilidad y grandeza de ambos y para ilustrar la expansividad y a quiénes se dirigen realmente las obras literarias, ya sean muchos lectores o un escritor amanecido en sombra, metáfora de la recepción de sus trabajos:

 

CAUSA

 

                            Uno estas palabras para cuatro tipos,

                            algunos otros alcanzarán a oírlas,

                            oh mundo, lo siento por ti,

                            desconoces a estos cuatro tipos.

 

                                       EZRA POUND

 

EPIGRAMA

 

                            Te doy, Claudia, estos versos, porque tú eres su dueña.
                            Los he escrito sencillos para que tú los entiendas.
                            Son para ti solamente, pero si a ti no te interesan,
                            un día se divulgarán tal vez por toda Hispanoamérica.

 

     ERNESTO CARDENAL

 

            El epigrama se define como la “composición poética breve en que, con precisión y agudeza, se expresa un motivo por lo común festivo o satírico”, o así lo recoge la RAE; pero es interesante ver cómo ese motivo es dirigido a un interlocutor, en este caso el lector, que habrá de cerrar el círculo comunicativo. ¿Para quién ha escrito Pound, en este sentido, según la tradición? En España, los novísimos le leyeron con atención, y me atrevo a decir que lo hizo también Gerardo Deniz (1934-2014), por el acoplamiento de la intertextualidad que late en su obra, obra, por cierto, que no debería ser el secreto que es; y más allá del ámbito hispanohablante, la deuda es con todo poeta fuerte o de escuela, o con todo escritor que entiende la tradición y el canon como algo en lo que apoyarse para fortalecer su obra, salto sagrado, y no para hacerla más minoritaria o epigonal. En cualquier caso, debido al perfil biográfico de Pound, y al que ya hemos aludido queriendo insinuar al monstruo, al menos hacia el final, que hay detrás la obra, su figura ha sido muy denostada desde finales del siglo pasado, pese a la monumentalidad de su trabajo.

 

            Mas no nos alejemos demasiado de nuestros presupuestos, y retomemos, ya hacia el final, los valores enfrentados de las dos etapas que hemos distinguido tan claramente, o hemos intentado clarificar. Y es que falta decir que en Personae también hay espacio para poemas de aliento, como sucede con Hugh Selwyn Mauberley (1920), que marcaría un punto de inflexión en la carrera de Pound, similares en pretensión a los contenidos en los Cantos, frente a los que se disponen más como investigaciones que como materiales netos; aunque panorámicamente, la imagen sea la de poemas cortos, y agudos formal y temáticamente. Textos o tejidos que también se apoyan en referencias para crecer en sentido, pero que aún son preparativos frente a la esquemática incontinencia de su etapa final, donde, aunque hay versos de gran valor cognitivo y un sentido de la narración inserta en la lírica como género que lo eleva hasta la consideración de la épica al modo en que era considerada en la Antigüedad, nosotros no preferimos por ser azarosa; y no un azar releído como el que hiciera el último gran poeta norteamericano, John Ashbery, esto es, desde las lógicas que subyacen al lenguaje como aparato o en su relación con el flujo mental desde una poética tan seria como irónica, sino más bien desde un empleo de las referencias literarias y del canon que se nos antoja impracticable y plegado hacia sí. Leamos, entonces, la primera parte de ese poema al que hemos aludido un poco más arriba, escrito en 1920 y que cierra la época de Personae, para ya dirigirse Pound hacia los Cantos –aunque se sabe de su confección desde 1915, y que sirve como epitafio:

 

ODA DE E. P. PARA LA ELECCIÓN DE SU SEPULCRO

 

                            Durante tres años, desentonó con su tiempo,

                            en pugna para resucitar el arte extinto

                            de la poesía; por preservar “lo sublime”

                            en el viejo sentido. Desde el comienzo errado,

 

                            no, apenas, pero mirando que había nacido

                            en cierto semisalvaje país, anacrónico;

                            resuelto a sacar azucenas de las bellotas;

                            Capaneo; trucha para facticio señuelo;

 

                            Ἴδμεν γάρ τοι πάνθ’ ὅσ’ ἐνὶ Τροίῃ

                            Aprisionado por la destaponada oreja;

                            a los escollos dando muy pequeña deriva,

                            así, ese año, los mares hirsutos lo atraparon.

 

                            Y su verdadera Penélope fue Flaubert,

                            pescando alrededor de las islas obstinadas;

                            observó la elegante cabellera de Circe

                            con más interés que los motes de los cuadrantes.

 

                            Sin alterarse por “la marcha de los eventos”,

                            salió de la memoria de los hombres el año

                            trentiunésimo de su edad; el caso no brinda

                            ningún agregado a la diadema de las Musas.

 

 

             Como epitafio o como arte poética, también, por las referencias que se incluyen en el texto a la persona y a la cosa literaria; y a otros temas que ya hemos estudiado, como su actitud en la comunidad literaria de la que fue partícipe y en la que figura como figura emblemática. De ahí Flaubert, en tanto que acercamiento a la perfección de la página en blanco que el autor francés siempre promocionaría; o la referencia a Troya en griego del v. 9 –de nuevo, el v. 9–, que hace labor de extrañamiento para el lector. Un poema que nos podría llevar a las declaraciones de intenciones de un Verlaine, con su mención a la música-ritmo, o un Huidobro, por situarnos en posiciones geográficas diferentes a las del poeta norteamericano y también siendo ambos mentores clave:

 

ARTE POÉTICA

 

                                    Antes que nada música,

                                    Y a lo Impar favorece,

                                    Que se pierde en el aire

                                    Sin que se pose o pese.

 

                                    En la elección de tus palabras

                                    Tienes que ser remiso:

                                    Nada mejor que el canto gris

                                    Que une lo Indeciso a lo Preciso.

 

                                    […]

                                                  De Jadis et Naguére (1884)

                                                  PAUL VERLAINE

 

 

ARTE POÉTICA

 

                                Que el verso sea como una llave

                                Que abra mil puertas.

                                Una hoja cae; algo pasa volando;

                                Cuanto miren los ojos creado sea,

                                Y el alma del oyente quede temblando.

 

                                Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;

                                El adjetivo, cuando no da vida, mata.

 

                                […]

 

                                De El espejo del agua (1916)

                                VICENTE HUIDOBRO

 

 

            Un adjetivo, como bien anota Huidobro, puede llegar a matar. Para nuestro caso, en una época tan personal como la nuestra, Ezra Pound viene a morir bajo diferentes adjetivos, como el de “fascista”, por situarnos en el principal, y aunque también “erudito” sea otro. Labor de contrapesos, el futuro del autor norteamericano, cuyo pasado fue tutelar (y no queremos olvidarnos aquí de otra figura, tutelar también a su modo: el crítico y poeta T. E. Hulme), está en desuso; pero aquí hemos querido, al menos, rescatar ese primer espacio creativo donde todavía no había una sombra inmensa que opacara el acercamiento a una obra que se deseaba mayúscula en sus postulados. De este modo, Personae vendría a ser el instante lucidísimo previo al hacedor de los Cantos, donde Pound se propuso reelaborar los grandes relatos que la época postmoderna tiraría luego por la borda. Un barco al que Ezra Pound se subió con la inconsciencia de a dónde le llevaría, en este caso, a una vida marcada por el dolor y que podemos reconocer en cualquiera de sus biografías (y las hay). O tal vez la clave de bóveda se halle en la cita que abría este artículo, esto es, un sentido de la ambición que le costó la salud, el odio y la vida, por posicionamientos moralmente infames y despreciables. ¿Personae?: lo que pudo ser, y donde podemos –aún– mirarnos. Al menos tenemos ese consuelo, pese a la pena que supondrá la transformación de esa serie de espejos que para el autor norteamericano fue la poesía, uno de los cuales, el del doble que hace los Cantos, en el que no nos queremos reflejar.