César
Vallejo (Santiago de Chuco, Perú, 1892 – París, 1938) fue, ante todo, un poeta.
Su obra, de una innegable originalidad, sigue siendo una de las más encumbradas
dentro de la literatura en nuestro idioma. Fue deudor en un primer momento del
imaginario modernista, apareciendo en su momento agónico, y del que daría
cuenta con su primer trabajo, Los
heraldos negros, hasta realizar una relectura de los estatutos rítmicos y
el trabajo de la imagen abordados por autores como Darío o Eguren y dejando ya
constancia de su voz personal. Más tarde, en 1922, año vital por otras
publicaciones como Ulises o La tierra baldía, acontecería Trilce, libro extrañísimo que los
surrealistas situaron de su lado, y que puede considerarse un milagro de
principio a fin, pues no son nada evidentes las delineaciones posibles con
otros autores del momento o, por ir más lejos, de la sensibilidad de la época. A
estos dos grandes textos poéticos, ambiguos en su recepción, habría que sumar
después Poemas en prosa, Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz; así como una gran variedad de
escritos no exclusivamente pertenecientes al género poesía, sino más bien al
género Vallejo, de entre los que destacan El
tungsteno, Contra el secreto
profesional y El arte y la revolución,
este último llamado por él mismo su “libro de pensamientos” y que ocupará un
lugar central en nuestro ensayo, sirviéndonos para poder analizar su actitud
política, comprometida siempre, y el posterior abrazo al marxismo a finales de
la década de 1920 a raíz de tres viajes a la Unión Soviética.
Para empezar, situémonos hacia el
final, con un muy emblemático poema: Masa.
A través de él podremos ver la verdad de su camino y los ejes que aquí más nos
interesan.
MASA
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...
10
Noviembre 1937
Vallejo
siempre abordó temas propios de la condición humana (desigualdad, empatía,
soledad…) en cada una de sus obras, pese al hermetismo y cierta cerrazón
ontológica en otros tramos de su recorrido en favor de una revolución formal
basada en un estilo nuevo, el cual concluyó apoyándose en una dicción fuerte
pero al mismo tiempo sostenida en otros ámbitos como la muerte o el absurdo. En
este sentido, y ya dentro del Vallejo socialista, que como ya hemos dicho
ejercería su constitución hacia los años 1928-1930, él mismo explica en El arte y la revolución qué entiende por
poesía socialista, escribiendo: «El poeta socialista no reduce su socialismo a
los temas ni a la técnica del poema. No lo reduce a introducir palabras a la
moda sobre economía, dialéctica o derecho marxista, a movilizar ideas y
requisitorias políticas de factura u origen comunista, ni a adjetivar los
hechos del espíritu y de la naturaleza, con epítetos tomados de la revolución
proletaria. […] En el poeta socialista, el poema no es, pues, un trance
espectacular, provocado a voluntad y al servicio preconcebido de un credo o
propaganda política, sino que es una función natural y simplemente humana de la
sensibilidad». De estas pocas líneas se desprende una concepción de la poesía
cuya ejecución parte de la sensibilidad, y en la cual los lazos que pudieran
añadirse a lo político nacen en un segundo estrato, de forma accidental.
También es notoria la alusión que hace al papel del credo o partido político,
como sabemos de máxima importancia en la lógica marxista, y más en aquellos
años posteriores a la revolución rusa. En esa línea es interesante cómo Vallejo
desmonta la figura de Vladímir Mayakovski, diciendo que fue un mero retórico
hueco, nunca un poeta, ya que sus obras (también su vida, de fatal desenlace)
estuvieron supeditadas a la política pero no de una manera natural, como
consecuencia de un pulso verdadero, sino bajo esa lacra de la
despersonalización tan propia de algunos creadores de propaganda.
Otra
de las cualidades fundacionales de la poesía de nuestro poeta a lo largo de
toda su producción, pero volcada hacia lo esencial en sus últimos años de vida,
fue la precisión, agudizada en celebrados poemas como Masa, aquí dispuesto, o en sus aforismos y piezas en prosa, donde
intuimos estar ante un escritor sabio y experimentado. Será esa sabiduría, de
valor cognitivo, materialista para nuestro caso, la que producirá un ambiente
de igual a igual en el acercamiento de sus apasionados lectores, haciendo
vertebral la idea de un posicionamiento político. En poesía, Vallejo lo sabía,
el tono es algo basal, ya que es lo que guía el flujo del decir, de ahí que
apueste por una voz significativa en lo que tiene de orfebrería pero también
abierta como síntoma de libertad. Todos estos matices, inequívocamente
vinculados con la forma literaria, serán vistos por Vallejo de la siguiente
manera: «La forma del arte revolucionario debe ser lo más directa, simple y
descarnada posible. Un realismo implacable. Elaboración mínima. La emoción ha
de buscarse por el camino más corto y a quemar-ropa. Arte de primer plano.
Fobia a la media tinta y al matiz. Todo crudo –ángulos y no curvas, pero
pesado, bárbaro, brutal, como en las trincheras». Unas declaraciones duras,
¿no? Y más conociendo al Vallejo previo a la luz del marxismo, donde el
retorcimiento léxico, cierto refinamiento, una drástica composición lógica y un
ideal en torno a lo formal existían y de qué manera, como en este ejemplo del
poema XXXII de Trilce, muy lejano a estas palabras previas:
999
calorías
Rumbbb….
Trrraprrrr rrach… chaz
Serpentínica
u del bizcochero
enjirafada
al tímpano.
Quién
como los hielos. Pero no.
Quién
como lo que va ni más ni menos.
Quién
como el justo medio.
1.000
calorías
Azulea y ríe su gran
cachaza
el firmamento gringo.
Baja
el sol empavado y le
alborota los cascos
al más frío.
[…]
Hay margen, por tanto, para la contradicción. La
ejemplaridad del intelectual orgánico, promulgada siempre por las bases militantes,
aquí parece romperse, pero habrá algo que sirva a Vallejo para su contestación:
su temática. Efectivamente Vallejo tradujo su mundo personal a un código
imposible de maniatar por lo nuevo que engarzaba, pero lo que es cierto es que
nunca abandonó los temas que, todavía hoy, le hacen ser un gran poeta político.
Por ir más lejos, Trilce, de donde he
extraído estos últimos fragmentos, fue escrito en gran parte en la estadía de
112 días en una cárcel de Trujillo que sufrió Vallejo, escribiendo poco después:
«Ya no reiré cuando
mi madre rece en infancia y
en domingo, a las cuatro de la madrugada,
por los caminantes, encarcelados, enfermos y
pobres». Vemos, así, cómo toda experiencia sapiencial es, para él,
significativa.
Son igualmente relevantes para
nuestro estudio los apuntes biográficos que Georgette, mujer y después viuda
del poeta, construye en torno a la mitología literaria de Vallejo, tratando de
eliminar cualquier claroscuro, toda zona gris en lo relativo a sus
posicionamientos políticos. Compilados en su obra completa, estas notas están
llenas de reproches hacia intelectuales y figuras del momento y, sobremanera,
defienden a Vallejo de los usurpadores que no trataron bien en vida al poeta para,
una vez muerto, considerarle, ahora sí, como el poeta de suma importancia que
es para la comunidad europea y latinoamericana. Así, Georgette avanza: «Hay quien también pretende hacerme responsable del marxismo
de Vallejo. Esto revela un total desconocimiento de la mentalidad del pequeño
burgués en Francia. En mi familia, por ejemplo, nadie ha oído jamás hablar de
Marx, ni de Lenin o Trotski, pero todos saben que el comunismo significa:
‘¡Quítate de aquí para que me ponga yo!’; y, naturalmente, este criterio tenía
que ser el mío». De
este modo, y pese a las posiciones contrarias de algunas personalidades del
momento, en Vallejo sí existió siempre una dedicación hacia la sensibilidad
socialista. Repasar, en este sentido, las obras que Vallejo escribió a partir
de su primer contacto con la Unión Soviética (octubre 1928), clarificará
nuestro camino. De ellas podemos sacar en claro un posicionamiento ideológico
de veta materialista:
El arte y la revolución a favor del marxismo.
Moscú contra Moscú título y lugar de
acción hablan de por sí.
Lock-out
luchas de los huelguistas.
El tungsteno trato
salvaje de los peones en el Perú.
Rusia en 1931 sobre el
porvenir de Rusia.
Rusia ante el 2º Plan Quinquenal reportaje a favor de la Unión Soviética.
Paco Yunque niño sirviente
del hijo del patrón de su madre.
Colacho hermanos tema de El
tungsteno ampliado.
La piedra cansada un siervo
asciende a Inka.
En este punto nos vamos a detener en
los contenidos estrictamente políticos de la obra de Vallejo en relación al
marxismo, pese a haber delineado ya ciertas correlaciones esenciales,
estableciendo con ello una serie de correspondencias a través del necesario
estudio de la dialéctica materialista hasta la fundación de una teoría del
conocimiento. Lo más importante de esta lógica es, desde su germen en la
dialéctica hegeliana, la postura histórica de los sucesos, llegando a hacer
transitorio todo aparato aparentemente estático y estable, ya sea con el
capitalismo o con la ejecutoria de un poder, dado que todo está sujeto a movimiento y a transformación. Engels, que trabajó en paralelo con Marx y después continuó sus ideas, afirmaba, a este respecto, que «la
concepción materialista de la historia parte de la tesis de que la producción,
y tras ella el cambio de sus productos, es la base de todo orden social». Para ello es vital reconocer, desde la clase burguesa de
izquierda, dos contenidos criticados por igual: la metafísica y el pensamiento
empírico-criticista; y, asimismo, tomar conciencia de que, como dijo Marx, «la
política es la economía concentrada». Será a razón de todo esto que el propio
Vallejo añadirá: «Al
subjetivismo contemplativo y baldado del reaccionario, opone el bolchevique un
objetivismo pragmático, constructivo. Al espiritualismo estático, un
materialismo dialéctico. Al absorbente individualismo, un colectivismo racional».
Desde una perspectiva globalizadora, Vallejo define su postura política por
varias vías, desde la necesidad del Partido Comunista como eje sobre el que
deben regularse las acciones del proletariado hasta la aceptación de la
violencia y la necesidad de la imposición de la dictadura proletaria frente al
sistema colonial, afirmando, en términos generales, el poder subversivo de esta
parte de la sociedad: «De la misma manera que el proletariado va cobrando
rápidamente el primer puesto en la organización y dirección del proceso económico
mundial, así también va él creándose una conciencia de clase universal y, con
ésta, una propia sensibilidad, capaz de crear y consumir una literatura suya,
es decir, proletaria». Igualmente, y tomando nota de estas palabras, la inclusión de Vallejo en
lo político tiene también consecuencias para la lengua, unas repercusiones para
nosotros fundamentales como teóricos, como cuando José María Arguedas escribe: «Vallejo marca el comienzo de la diferenciación de la poesía
de la costa y de la sierra del Perú. Porque en Vallejo empieza la etapa
tremenda en que el hombre de los Andes siente el conflicto entre su mundo
interior y el castellano como su idioma. Un conflicto que explica el retraso de
nuestra poesía de tema e inspiración mestizas». Esta aguda reflexión etnolingüística da sentido al
estilo y léxico empleados por Vallejo, vinculando poesía y antropología, una
relación necesaria a la hora de pensar la importancia del proyecto literario
del poeta.
Otro texto fundamental para entender el camino de Vallejo es España, aparta de mí este cáliz, una serie de poemas que algunos críticos han interpretado como el
vaticinio último del poeta, ya que corre paralelo a su muerte y se entiende,
ante todo, como una palabra humana reunida hacia los soldados anónimos de la
República en el contexto de la Guerra Civil Española. Posicionado con ellos,
será mucho mayor, con todo, el significado de este libro, ya que cumple con el
papel de testamento y hace de grito frente a la injusticia y el autoritarismo.
Empleando, a nivel formal, la «segunda
voz de la poesía» a la que eludía T. S. Eliot y con un proceso de corrección minucioso
detrás, estos poemas son la síntesis de los años políticos que hemos explorado
en este acercamiento, además de la palabra robusta de un poeta ya avanzado en
el dolor y la turba. Podríamos entrar también, de manera algo hiperbólica, en
las resonancias bíblicas de este proyecto, presentes ya desde el título, o aclarar
la elegancia del poeta para no hacer de estos poemas simple propaganda sino
humana palabra, uno de los desafíos más complejos de la poesía política:
Para que
vosotros,
voluntarios de
España y del mundo, vinierais,
soñé que era yo
bueno, y era para ver
vuestra sangre,
voluntarios…
De esto hace
mucho pecho, muchas ansias,
muchos camellos
en edad de orar.
Marcha hoy de
vuestra parte el bien ardiendo,
os siguen con
cariño los reptiles de pestaña inmanente
y, a dos pasos,
a uno,
la dirección del
agua que corre a ver su límite antes que arda.
De España, aparta de mí este cáliz (1939)
Leído lo leído, me gustaría hacer una reflexión final
pertinente en el caso de Vallejo pero también extrapolable a otros artistas verdaderos. El caso es que he tomado conciencia, y nuestro poeta universal es ejemplo de ello, de que no solo basta una obra valiosa para que un poeta sea un poeta ante
él mismo, ante su comunidad crítica y ante la historia. Aunque Vallejo ya
hubiera podido figurar como un poeta
fundamental con
la publicación de sus dos primeros libros, su filiación al marxismo le llevó a
ser algo más que un escritor. A todo eso habría que sumar su relación con
figuras de la época, su inclusión en revistas literarias importantes y su
militancia, hechos que irían conformando su
imagen de
escritor. Aunque sea la crítica quien suele situar a un autor en un lugar
determinado de la historiografía literaria, la sociocrítica juega un papel
fundamental en esta ecuación, al igual que nos sirve, habiendo
explorado al Vallejo político, para enjuiciar el comportamiento de un autor en
base a sus condiciones económicas, sociales y materiales. A lo que voy es a que si un escritor tiene un lugar reservado en la
memoria es, además de por su obra, también por una actitud, un ejercicio de
posicionamiento frente a la época en la que le ha tocado vivir y un amparo crítico basado en pequeños y grandes gestos
esenciales. Teniendo claro esto, la figura de Vallejo es aún más relevante todavía.