5 de mayo de 2019

LA OBRA POÉTICA DE CÉSAR VALLEJO A LA LUZ DEL MARXISMO




César Vallejo (Santiago de Chuco, Perú, 1892 – París, 1938) fue, ante todo, un poeta. Su obra, de una innegable originalidad, sigue siendo una de las más encumbradas dentro de la literatura en nuestro idioma. Fue deudor en un primer momento del imaginario modernista, apareciendo en su momento agónico, y del que daría cuenta con su primer trabajo, Los heraldos negros, hasta realizar una relectura de los estatutos rítmicos y el trabajo de la imagen abordados por autores como Darío o Eguren y dejando ya constancia de su voz personal. Más tarde, en 1922, año vital por otras publicaciones como Ulises o La tierra baldía, acontecería Trilce, libro extrañísimo que los surrealistas situaron de su lado, y que puede considerarse un milagro de principio a fin, pues no son nada evidentes las delineaciones posibles con otros autores del momento o, por ir más lejos, de la sensibilidad de la época. A estos dos grandes textos poéticos, ambiguos en su recepción, habría que sumar después Poemas en prosa, Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz; así como una gran variedad de escritos no exclusivamente pertenecientes al género poesía, sino más bien al género Vallejo, de entre los que destacan El tungsteno, Contra el secreto profesional y El arte y la revolución, este último llamado por él mismo su “libro de pensamientos” y que ocupará un lugar central en nuestro ensayo, sirviéndonos para poder analizar su actitud política, comprometida siempre, y el posterior abrazo al marxismo a finales de la década de 1920 a raíz de tres viajes a la Unión Soviética.
            Para empezar, situémonos hacia el final, con un muy emblemático poema: Masa. A través de él podremos ver la verdad de su camino y los ejes que aquí más nos interesan.

MASA
Al fin de la batalla, 
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre 
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!» 
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. 

Se le acercaron dos y repitiéronle: 
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» 
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. 

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, 
clamando: «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!» 
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. 

Le rodearon millones de individuos, 
con un ruego común: «¡Quédate hermano!» 
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. 

Entonces todos los hombres de la tierra 
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; 
incorporóse lentamente, 
abrazó al primer hombre; echóse a andar...
10 Noviembre 1937

            Vallejo siempre abordó temas propios de la condición humana (desigualdad, empatía, soledad…) en cada una de sus obras, pese al hermetismo y cierta cerrazón ontológica en otros tramos de su recorrido en favor de una revolución formal basada en un estilo nuevo, el cual concluyó apoyándose en una dicción fuerte pero al mismo tiempo sostenida en otros ámbitos como la muerte o el absurdo. En este sentido, y ya dentro del Vallejo socialista, que como ya hemos dicho ejercería su constitución hacia los años 1928-1930, él mismo explica en El arte y la revolución qué entiende por poesía socialista, escribiendo: «El poeta socialista no reduce su socialismo a los temas ni a la técnica del poema. No lo reduce a introducir palabras a la moda sobre economía, dialéctica o derecho marxista, a movilizar ideas y requisitorias políticas de factura u origen comunista, ni a adjetivar los hechos del espíritu y de la naturaleza, con epítetos tomados de la revolución proletaria. […] En el poeta socialista, el poema no es, pues, un trance espectacular, provocado a voluntad y al servicio preconcebido de un credo o propaganda política, sino que es una función natural y simplemente humana de la sensibilidad». De estas pocas líneas se desprende una concepción de la poesía cuya ejecución parte de la sensibilidad, y en la cual los lazos que pudieran añadirse a lo político nacen en un segundo estrato, de forma accidental. También es notoria la alusión que hace al papel del credo o partido político, como sabemos de máxima importancia en la lógica marxista, y más en aquellos años posteriores a la revolución rusa. En esa línea es interesante cómo Vallejo desmonta la figura de Vladímir Mayakovski, diciendo que fue un mero retórico hueco, nunca un poeta, ya que sus obras (también su vida, de fatal desenlace) estuvieron supeditadas a la política pero no de una manera natural, como consecuencia de un pulso verdadero, sino bajo esa lacra de la despersonalización tan propia de algunos creadores de propaganda.
            Otra de las cualidades fundacionales de la poesía de nuestro poeta a lo largo de toda su producción, pero volcada hacia lo esencial en sus últimos años de vida, fue la precisión, agudizada en celebrados poemas como Masa, aquí dispuesto, o en sus aforismos y piezas en prosa, donde intuimos estar ante un escritor sabio y experimentado. Será esa sabiduría, de valor cognitivo, materialista para nuestro caso, la que producirá un ambiente de igual a igual en el acercamiento de sus apasionados lectores, haciendo vertebral la idea de un posicionamiento político. En poesía, Vallejo lo sabía, el tono es algo basal, ya que es lo que guía el flujo del decir, de ahí que apueste por una voz significativa en lo que tiene de orfebrería pero también abierta como síntoma de libertad. Todos estos matices, inequívocamente vinculados con la forma literaria, serán vistos por Vallejo de la siguiente manera: «La forma del arte revolucionario debe ser lo más directa, simple y descarnada posible. Un realismo implacable. Elaboración mínima. La emoción ha de buscarse por el camino más corto y a quemar-ropa. Arte de primer plano. Fobia a la media tinta y al matiz. Todo crudo –ángulos y no curvas, pero pesado, bárbaro, brutal, como en las trincheras». Unas declaraciones duras, ¿no? Y más conociendo al Vallejo previo a la luz del marxismo, donde el retorcimiento léxico, cierto refinamiento, una drástica composición lógica y un ideal en torno a lo formal existían y de qué manera, como en este ejemplo del poema XXXII de Trilce, muy lejano a estas palabras previas:

999 calorías
Rumbbb…. Trrraprrrr rrach… chaz
Serpentínica u del bizcochero
enjirafada al tímpano.

Quién como los hielos. Pero no.
Quién como lo que va ni más ni menos.
Quién como el justo medio.

1.000 calorías
Azulea y ríe su gran cachaza
el firmamento gringo. Baja
el sol empavado y le alborota los cascos
al más frío.

[…]

            Hay margen, por tanto, para la contradicción. La ejemplaridad del intelectual orgánico, promulgada siempre por las bases militantes, aquí parece romperse, pero habrá algo que sirva a Vallejo para su contestación: su temática. Efectivamente Vallejo tradujo su mundo personal a un código imposible de maniatar por lo nuevo que engarzaba, pero lo que es cierto es que nunca abandonó los temas que, todavía hoy, le hacen ser un gran poeta político. Por ir más lejos, Trilce, de donde he extraído estos últimos fragmentos, fue escrito en gran parte en la estadía de 112 días en una cárcel de Trujillo que sufrió Vallejo, escribiendo poco después: «Ya no reiré cuando mi madre rece en infancia y en domingo, a las cuatro de la madrugada, por los caminantes, encarcelados, enfermos y pobres». Vemos, así, cómo toda experiencia sapiencial es, para él, significativa.
            Son igualmente relevantes para nuestro estudio los apuntes biográficos que Georgette, mujer y después viuda del poeta, construye en torno a la mitología literaria de Vallejo, tratando de eliminar cualquier claroscuro, toda zona gris en lo relativo a sus posicionamientos políticos. Compilados en su obra completa, estas notas están llenas de reproches hacia intelectuales y figuras del momento y, sobremanera, defienden a Vallejo de los usurpadores que no trataron bien en vida al poeta para, una vez muerto, considerarle, ahora sí, como el poeta de suma importancia que es para la comunidad europea y latinoamericana. Así, Georgette avanza: «Hay quien también pretende hacerme responsable del marxismo de Vallejo. Esto revela un total desconocimiento de la mentalidad del pequeño burgués en Francia. En mi familia, por ejemplo, nadie ha oído jamás hablar de Marx, ni de Lenin o Trotski, pero todos saben que el comunismo significa: ‘¡Quítate de aquí para que me ponga yo!’; y, naturalmente, este criterio tenía que ser el mío». De este modo, y pese a las posiciones contrarias de algunas personalidades del momento, en Vallejo sí existió siempre una dedicación hacia la sensibilidad socialista. Repasar, en este sentido, las obras que Vallejo escribió a partir de su primer contacto con la Unión Soviética (octubre 1928), clarificará nuestro camino. De ellas podemos sacar en claro un posicionamiento ideológico de veta materialista:

El arte y la revolución                         a favor del marxismo.
Moscú contra Moscú                           título y lugar de acción hablan de por sí.
Lock-out                                              luchas de los huelguistas.
El tungsteno                                         trato salvaje de los peones en el Perú.
Rusia en 1931                                      sobre el porvenir de Rusia.
Rusia ante el 2º Plan Quinquenal        reportaje a favor de la Unión Soviética.
Paco Yunque                               niño sirviente del hijo del patrón de su madre.
Colacho hermanos                               tema de El tungsteno ampliado.
La piedra cansada                               un siervo asciende a Inka.

            En este punto nos vamos a detener en los contenidos estrictamente políticos de la obra de Vallejo en relación al marxismo, pese a haber delineado ya ciertas correlaciones esenciales, estableciendo con ello una serie de correspondencias a través del necesario estudio de la dialéctica materialista hasta la fundación de una teoría del conocimiento. Lo más importante de esta lógica es, desde su germen en la dialéctica hegeliana, la postura histórica de los sucesos, llegando a hacer transitorio todo aparato aparentemente estático y estable, ya sea con el capitalismo o con la ejecutoria de un poder, dado que todo está sujeto a movimiento y a transformación. Engels, que trabajó en paralelo con Marx y después continuó sus ideas, afirmaba, a este respecto, que «la concepción materialista de la historia parte de la tesis de que la producción, y tras ella el cambio de sus productos, es la base de todo orden social». Para ello es vital reconocer, desde la clase burguesa de izquierda, dos contenidos criticados por igual: la metafísica y el pensamiento empírico-criticista; y, asimismo, tomar conciencia de que, como dijo Marx, «la política es la economía concentrada». Será a razón de todo esto que el propio Vallejo añadirá: «Al subjetivismo contemplativo y baldado del reaccionario, opone el bolchevique un objetivismo pragmático, constructivo. Al espiritualismo estático, un materialismo dialéctico. Al absorbente individualismo, un colectivismo racional». Desde una perspectiva globalizadora, Vallejo define su postura política por varias vías, desde la necesidad del Partido Comunista como eje sobre el que deben regularse las acciones del proletariado hasta la aceptación de la violencia y la necesidad de la imposición de la dictadura proletaria frente al sistema colonial, afirmando, en términos generales, el poder subversivo de esta parte de la sociedad: «De la misma manera que el proletariado va cobrando rápidamente el primer puesto en la organización y dirección del proceso económico mundial, así también va él creándose una conciencia de clase universal y, con ésta, una propia sensibilidad, capaz de crear y consumir una literatura suya, es decir, proletaria». Igualmente, y tomando nota de estas palabras, la inclusión de Vallejo en lo político tiene también consecuencias para la lengua, unas repercusiones para nosotros fundamentales como teóricos, como cuando José María Arguedas escribe: «Vallejo marca el comienzo de la diferenciación de la poesía de la costa y de la sierra del Perú. Porque en Vallejo empieza la etapa tremenda en que el hombre de los Andes siente el conflicto entre su mundo interior y el castellano como su idioma. Un conflicto que explica el retraso de nuestra poesía de tema e inspiración mestizas». Esta aguda reflexión etnolingüística da sentido al estilo y léxico empleados por Vallejo, vinculando poesía y antropología, una relación necesaria a la hora de pensar la importancia del proyecto literario del poeta.
            Otro texto fundamental para entender el camino de Vallejo es España, aparta de mí este cáliz, una serie de poemas que algunos críticos han interpretado como el vaticinio último del poeta, ya que corre paralelo a su muerte y se entiende, ante todo, como una palabra humana reunida hacia los soldados anónimos de la República en el contexto de la Guerra Civil Española. Posicionado con ellos, será mucho mayor, con todo, el significado de este libro, ya que cumple con el papel de testamento y hace de grito frente a la injusticia y el autoritarismo. Empleando, a nivel formal, la «segunda voz de la poesía» a la que eludía T. S. Eliot y con un proceso de corrección minucioso detrás, estos poemas son la síntesis de los años políticos que hemos explorado en este acercamiento, además de la palabra robusta de un poeta ya avanzado en el dolor y la turba. Podríamos entrar también, de manera algo hiperbólica, en las resonancias bíblicas de este proyecto, presentes ya desde el título, o aclarar la elegancia del poeta para no hacer de estos poemas simple propaganda sino humana palabra, uno de los desafíos más complejos de la poesía política:

Para que vosotros,
voluntarios de España y del mundo, vinierais,
soñé que era yo bueno, y era para ver
vuestra sangre, voluntarios…
De esto hace mucho pecho, muchas ansias,
muchos camellos en edad de orar.
Marcha hoy de vuestra parte el bien ardiendo,
os siguen con cariño los reptiles de pestaña inmanente
y, a dos pasos, a uno,
la dirección del agua que corre a ver su límite antes que arda.

De España, aparta de mí este cáliz (1939)

Leído lo leído, me gustaría hacer una reflexión final pertinente en el caso de Vallejo pero también extrapolable a otros artistas verdaderos. El caso es que he tomado conciencia, y nuestro poeta universal es ejemplo de ello, de que no solo basta una obra valiosa para que un poeta sea un poeta ante él mismo, ante su comunidad crítica y ante la historia. Aunque Vallejo ya hubiera podido figurar como un poeta fundamental con la publicación de sus dos primeros libros, su filiación al marxismo le llevó a ser algo más que un escritor. A todo eso habría que sumar su relación con figuras de la época, su inclusión en revistas literarias importantes y su militancia, hechos que irían conformando su imagen de escritor. Aunque sea la crítica quien suele situar a un autor en un lugar determinado de la historiografía literaria, la sociocrítica juega un papel fundamental en esta ecuación, al igual que nos sirve, habiendo explorado al Vallejo político, para enjuiciar el comportamiento de un autor en base a sus condiciones económicas, sociales y materiales. A lo que voy es a que si un escritor tiene un lugar reservado en la memoria es, además de por su obra, también por una actitud, un ejercicio de posicionamiento frente a la época en la que le ha tocado vivir y un amparo crítico basado en pequeños y grandes gestos esenciales. Teniendo claro esto, la figura de Vallejo es aún más relevante todavía.