20 de junio de 2022

DÍAS QUE ENCUENTRAN SU DIARIO: 'Mapas del vagabundo' (Ediciones de la Isla de Siltolá, 2022), de Miguel Floriano

Viernes 3

Acabo de recoger Mapas del vagabundo, de Miguel Floriano (Oviedo, 1992), sobresaliente poeta con el que hablé unas líneas hace algunos días por IG para felicitarle por su TFG y al que me une, cómo decirlo, y creo que él aceptaría esto, una veloz complicidad intelectual. Hice el encargo hace exactamente una semana. Como el martes viajo a Cantabria cuatro noches, y quería llevarme el libro conmigo, llamé hoy a la librería desde la pausa de la comida, en el trabajo. “Ya lo tenemos, para cuando te puedas pasar”. Eso he hecho. Siltolá lo publicó el pasado febrero.

Martes 7

Escribir desde la emoción no es tarea fácil, porque se corre el riesgo de, solo, aportar claves como instantes, acaso fugitivos. Miguel piensa siempre; de hecho, creo que tal vez ese sea su tesoro (y su condena). Y elabora los materiales liviano-pesados de sus resultados como los amantes: del lenguaje, del tono, y en esta cartografía, de la travesía. Un camino sobrevivido, en el que hay espacio para la contemplación –gatos, caballos blancos– y, de nuevo, las ideas –carácter, conocimiento–, afianzadas. Este hecho altera en mucho el acercamiento a sus obras, e irá haciéndose más pronunciado a medida que avance en su producción: el paseante, ahora lector, sabe ya que va a pensar, y que ese pensar suyo se verá acompañado –o machacado dulcemente– por el sistema inscrito en peso del que escribe. Alianza o condena, el diálogo es fructífero en cualquier caso; una conversación entre experimentados. Por esta última razón –la de la poesía como saber–, disfruto yo tanto con la empatía de la poética inherente a estos poemas: ya no basta el lenguaje, sino su superación ulterior y en destino a lo vivo, testigo de ese peligro.

Es oportuno, por tanto, el concepto del mapa, paradoja en manos de los errantes, con los que el poeta se identifica hasta formalizar un contraste que humaniza, de algún modo, la posibilidad de los errores sumados. Y es que el vagabundo, por encima de todo, lo que alberga dentro de sí es una experiencia inusitada del tiempo; “inusitada” porque, aunque en realidad en él el tiempo es una costumbre, vive al margen del tiempo, como el amor en el sistema de aquel filósofo, pues el tiempo en él está encarnado como los gestos de un animal en su nacimiento o las formas de los objetos a los que nosotros insuflamos cierta versatilidad. Nos reconocemos y no, de este modo. Es clave, para que se efectúe en todas sus dimensiones la unión/desunión de este vértigo frente a la errancia, la alusión a una tercera persona completa del yo en perspectiva que recorre el texto de principio a fin, convertida accidentalmente en segunda persona en el instante de la lectura.


LETRILLA 

Nos refiere igual que una fábula infantil.

Regresa siempre

de todas partes,

y de todas se marcha contemplándose a sí mismo.

Del abandono, que es la forma

trágica de la ausencia, hace su mito,

la imagen inexacta del dolor,

haciendo huir al hombre de lo que no conoce.

La suya es la belleza de los mapas falsos.

 

Con todo, no todos, al perdernos, nos perdemos igual. Y Miguel Floriano hace en este libro de la pérdida un merecimiento. “Hay, después de los caminos, un camino que siempre nos engaña”, escribí yo en 2017. Pero aquí no hay engaño posible, sino más bien desengaño según el Barroco.

Miércoles 8

El reino divide al libro en dos, pero como en aquel Origen, se correlacionan las dos partes hace meses divididas –el libro se escribe entre diciembre del 19 y octubre del 21– para reunir algo así como “una experiencia del devenir”. A esto se suma el poema inicial, sin título y paladeado sin comas, donde los cuartos, las paredes, las ciudades, los cuerpos, han sido trascendidos en favor de una mirada –mirada, recordémoslo durante toda la lectura– cegadora.

Jueves 9

y porque conoce

ha cegado las paredes

Este cuerpo, que es tuyo, y este cuerpo, que es mío,

Poema

es un lugar que mi lenguaje asola

Cuánto rostro

sin vengar se refleja en el agua de la fuente,

Tantas veces

 la vimos sonreír,

Vivir como posible ironía.

Vivir como ley velada.

En la primera no confío.

La segunda quisiera quebrantarla.

 

La escritura es buscar, avaramente,

sucias las manos, agua en el agua.

Lunes 13

Hay afán de sistema. No se ha optado por otra cosa sino por la definición estrictamente vital-literaria de lo sentido. Unos sentimientos que crecen como ríos fuertes allá adentro, para exponerse afuera de forma lógica siendo lo último que desearía quien los padece el hecho de que fueran un día vulgares por su domesticación. Podemos ver un cerebro sobre la mesa; un poema culturalista, podemos leer; música de once sílabas sobre todo, podemos escuchar, y riesgo en una metonimia. No saber si el libro apunta siempre al amor o si el amor es una forma lingüística suprema que abrazara los demás temas, entendidos como narración. Hay orden y concierto, manías y tics de maticemos el matiz matizado una vez más y en grupo esta noche porque si no no voy a poder dormir tranquilo, esto es, personas queridas detrás de los poemas. Versos de tiraje como naipes en confrontación con versos como cuadros con los que se convive a diario, en favor de una atmósfera que alivie. Y aunque ya sabemos, desde hace siglos, que las comas estructuran las ideas, hay algún juego extraño en el autor hacia otras formas no trabajadas previamente, e igual con lo de fijar el otoño así porque sí. Hay actitud, como en la música que nos gusta escuchar cuando el día está a punto de encenderse. Un tengo que decir pero un tengo que vivir primero pero un tengo que escribir antes pero seguiré creyendo, te lo prometo, en estas palabras que tocaran un día algo así como "lo que quisimos aprender".

(Hoy)


Largo autobús, el de Madrid a Santander. Y otro hasta San Vicente de la Barquera después de parar, como siempre, en el kiosquito que está frente al Botín. Las notas precedentes, esta reseña entera, fueron escritas entre valles y puertos, estaciones de autobús que bien conozco. Lo de estar casi en Asturias –una tarde Llanes, en la frontera, no en vano– no fue gratuito: pensé que sería idóneo pese a no ser, del todo, la Tapia de Casariego ya simbólica de Miguel Floriano. Poemas hechos para acompañar, me digo, como música sedienta pero serena, pulso innato del autor. El puente de noche, las sardinas en decena, la pradera de hierba del Capricho… Hemos envejecido algo; se podría decir que para bien. Nuestros amores pasados conviven con el Nuevo. Era el verano en la primera quincena de junio, los pueblos aún por iniciar la marcha. Uno y solo en el apartamento: lo necesario. La decisión de la escritura, quince años después, demostraba que la diferencia es la pasión. Aquí, los locales presenciaron diez veranos míos. Mi madre se me fue en este autobús rojo, o al menos aquí recibimos la llamada. Escucho la palabra “mapa” y algo recuerdo: la cadencia de los graneros, las pisadas que la pleamar borraría, el pensamiento indócil... Tierna cadencia, solo es exagerada la coda, porque continuamos. Las barcas están en su sitio, amigos; el amanecer desvelando las formas. Todo pendiente, todo por recorrer. La palabra “vagabundo” como algo familiar. Entonces los mapas –¿los poemas?– nos siguen guiando, o al menos aquí, en las palabras de la literatura. ¿Es verdad que debía leer este libro en este viaje, instante al que siempre volver? Es por eso que, tal vez, estos apuntes, estos días de diario, hayan sido escritos en algún otro lugar, con el corazón harapiento. Eso, ni tú ni yo, lo sabremos nunca.

Cantabria-Madrid, junio de 2022