30 de enero de 2022

MELANCÓLICO EN SHANGHÁI

A Angélica Liddell


Acabo de escribir, en edding blanco sobre un póster en A1 de Antonin Artaud durante un rodaje que recibí por error tras haber solicitado uno de los puños de Arthur Cravan vía web y que ahora se sitúa en el borde de mi cama, la siguiente frase: “Melancólico en Shanghái”. La ternura, la monstruosidad y el mes de enero, Angélica, ya ves. Porque no es exactamente irracional este contenido que recibo de ti, siquiera inconsciente en términos de empatía si es que no conseguimos tocarnos unos a otros cuando no comprendemos, sino racional por el gusto y la estética, de los que no escaparás, aunque la guerra exista o cuaje el barro en las botellas: más bien, sí, yo diría que tu teatro es como observar en fuga o con la cantata más señalada de Bach los últimos peldaños de la Realidad. Está bien si aceptamos que no podemos escapar de nuestra historia personal, siquiera desde la imaginación, también fruto de infancia (Wendy) y experiencia (quien escribe a Wendy), siendo para la política una maniobra escapista en términos objetivos cuando no descansa en un detalle o “algo inexplicable”; es honesto y privado el goce de todos los autores hasta que el Surrealismo los apadrina –me aburro ya, Breton– si aprendemos a escuchar la derrota que debemos seguro provocar para que un amigo te trate como un desconocido de repente un día, al entrar al teatro por ejemplo, como con miedo, como sí pero no, etc. Tú te has atrevido a conjurar, en este sentido; hay valentía en tu soledad al hacerla cuerpo, y libertad ejemplar después para los ojos de los dormidos, incluso en la que taconeó ayer yéndose de la función. Terminó y quería fumar, pero les dije a dos acompañantes: “Me va a acompañar, me va a acompañar mucho tiempo”. ¿Qué es eso que me llevo y que en este texto traigo como deseando que lo leas, como si te hablara? Me encantó, en este sentido, que le hablaras así a tu Padre (de mierda), sobre todo el giro coloquial y las moscas y los monos, demonios todos y no incesto sino abuso. ¿Qué es un monstruo? Yo creo que el paradigma de los Malditos está muerto en favor, tal vez, de un paradigma de los Sabios o de los Complejos. Que digas “Dante” y no sepas por dónde empezar, por ejemplo: creo que esto es una clave para el presente... Esto te lo digo más bien entre risas viendo cómo escriben sobre ti otros, o cómo escribirán otros sobre otros toda la Historia de los Otros que se repetirá para mal de los señalados siempre, aunque a saber cómo gestionas tú la lacra de los relatos, en eso la verdad es que no me atrevo a decir por mucho que adivine. La otra vez fue con una gran amiga, una a la que quiero mucho, en El Escorial, hace más de una década. Digamos que la liaste pardísima solo teniendo en cuenta el emplazamiento, que hacía de contraste entre el velatorio y el pulso humano inscrito a velocidad, Reyes, y que, para colmo, tenía en cuenta una adolescencia mía en ese pueblo, veranos tórridos de piscina y grupos de chavalitos, ya sabes: “nadadores/atletas con los que quieres compartir un vaso de agua”. Pero yo volvería a la cuestión previa: engendrar la obra. ¿Qué tipo de epifanía o momento límite, qué tiene que pasar para entender que no solo seguirás, sino que llevarás a término, sin lacre, el caos más fecundo? ¿Eso, cuando sucede, se ve o se escucha? ¿O se entiende? Pienso en la posibilidad de esto último, aunque estoy seguro de que compartimos el placer por los detalles y un olor, como para Nietzsche, podría ser definitivo; la mirada de narrador, que a su pesar capta cada cosa y, dependiendo del día, decide jugar/sobreactuar o dejar que el espectáculo sacuda mansamente el delirio inocente de la ciudad. Te he visto dos veces en vida, y paradójicamente cerca, por el centro de Madrid, si hablamos de ciudades. Una de ellas llevaba encima 430 folios porque venía de la imprenta, pero por no aburrir, y aunque lo pude ver claro un segundo, di vuelta, sin darte esos esbozos interminables de mi poesía. Yo creo que, para ti, hay un momento en el que la poesía se hace teatro, y el teatro vida y la vida poesía, y me atrevo a señalar esta línea causal porque tú eres la primera que no diferencias sendos espacios. Sobre esto último diré que ya veía yo en 2008-2009-2010 fotografías tuyas oscuras en hoteles, cortes, fármacos, dolor. No sé, entonces, si es que, volviendo a eso de la Chispa, hay un momento en el que todo se encauza, en el que el arte por fin cobra sentido porque da sentido a todo el desmenuzamiento, racionalidad u otros. Yo me encuentro en un momento parecido, sin escapatoria ni desde las metáforas o el sentido dando sentido al sentido, laberintos y ciénagas leídas ya. Me debato entre el escondite contra el que siempre me he posicionado y la integración de arte y vida en un plano total. Para una persona sensible, sensible en una acepción fuerte, acudir a una boda puede desbaratarlo todo y más si lee biografías de Kafka. Un malentendido, Angélica, es triste pero es así. Y es tal la cantidad de signos, de señales, de acciones en respuesta a lo que yo pretendí de forma unívoca comunicar, que tal vez el conflicto no es la acción, la señal, el signo como potencia de significado, sino más bien mi error o mi cadena de errores: mi inadecuación o una adecuación solo posible desde la literatura, que a pocos importa y menos a los que no saben leer entre líneas (no hablo, clarísimo, de los forzados en ingenio e ironía: "lectores"). Hay gafas de ensayistas, pero no de poetas o narradores, y cuando te encuentras a uno que desearías como amigo, cómplice o válido interlocutor, resulta que es más bien un especialista, y echas de menos en él las gafas del ensayista pero bien entendidas, la cosa de lo cotidiano bien entendida, los placeres sencillos como tus programas basura de las cuatro de la madrugada, tal vez, Angélica. Los raros, tú lo sabes, bien que estén en los tomos de las Facultades, y hasta son amados y haremos camisetas, pero cuando uno tiene a uno cerca, o comparte piso, o se lo folla, adiós al pacto de ficción porque me escapo pero que ya, corro, no quiero saber nada y vuelve a ser ese que te trata como un desconocido a las puertas del teatro. Eres exquisita, por lo demás. Tu voz crece en el diálogo como crece la sangre en el doble movimiento. Lo del índice sonando techno me pareció, directamente, una genialidad. ¡Los códigos para quien los quiera, que yo hago arte por capas como toda gran artista o como toda Madre cuando habla con sus espectadores y a todos satisfago!, parecías decir. No sé si podré, pero está bien así también. Además, si no me atrevo ahora, muchos saben que ya me atreví lo suficiente. No creo, tampoco, que seamos iguales. Tal vez ese sea mi consuelo. Que ya viví, aprendido lo aprendido, y que lo está más adelante es la vieja y bella relación de los artistas con los que escuchan, leen o ven en Shanghai, una tarde cualquiera. O en Lausanne, sí, también allí.


Madrid, madrugada del 30 de enero de 2022