Pero prometo que corrijo a menudo la teoría de que los grandes
escritores, libro tras libro y admirados por su comunidad tras su exposición
debida, deben seguro hacer esfuerzos por ir preservando espacios de libertad que
la cosa del texto como comunicación social resta aunque luego sume el consiguiente
reconocimiento, y aunque tal vez este esbozo tonto mío tenga que ver con el
carácter –con la personalidad– de cada autor/ora, la sensación de plenitud que
me ha generado la lectura de esta última entrega de Berta García Faet
(Valencia, 1988), por muchos esperada tras un durante de algunos años
que seguro no son iguales para Berta que para otro por su concepción-investigación
constante del tejido o texto, ha sido seguramente así de grande porque he percibido,
como lector atento de su proyecto en poesía, que la autora ha sabido preservar
ese lugar sagrado y a cuidar desde el cual poder seguir diciendo con el
necesario amor de siempre, algo que, además, tras el reconocimiento del Premio
Nacional de Poesía Joven “Miguel Hernández” con una obra de las que casi obligan
a un cierre, me hace percibir este Una pequeña personalidad linda como
un Aparte, más allá de los útiles lingüísticos tensados y recogidos en Los
salmos fosforitos, la sólida consagración de la sentimentalidad que fue La
edad de merecer o los indicios, secretos, deseos o huellas de Corazón
tradicionalista. Poesía 2008-2011, todos ellos publicados por La Bella
Varsovia en 2017, 2015 y 2017 respectivamente al margen del que abordaré hoy, publicado
hace escasos días de noviembre.
Al ser total, es difícil escribirlo, eso vaya por delante,
aunque menos hablarlo, así que mejor haré por hablar. Me pasa pocas veces, si
soy impresionista. Es como que voy dejando correr las páginas con mucho cuidado
y voy sintiendo que algo así como “la esfera por colorear del libro” se va
completando. En el primer esbozo de poética de la página 16 (“Lo que voy a
escribir está cuajado/ cuajado de claves”) no están aún las preguntas prematrimoniales
de la impar 89 (“¿Es una herida fresca?/ ¿Tienes mucho calor?/ ¿Nihilismo o
pétalo?/ ¿Nihilismo o pétalo?”) ni la ciudad y la montaña de la 93 –vera, vega
y alborada– o el zenit de la 185 (“He escrito este libro/ este libro para
hallarme”): es cuando voy haciéndolas pasar que siento “la esfera por colorear del
libro” coloreada en continuo, aristas, matices, etc., hasta esa totalidad. Pareciera
incluso, sobre esto que intuyo, que el esfuerzo no existe en el lector tanto como
en el autor o el crítico, y más con tal disposición de vidas, de canciones, de
relatos cantados como vivencias en torno al torno de la identidad. De esto
último extraigo algo que siempre me ha importado en poesía, y que de alguna
manera está muy presente en el libro de García Faet cuando entendemos fantasía
como realidad o realidad como fantasía, exacto pacto sea, como ya digo, sí o no
desde lo confesional: la experiencia narrándose desde su devenir lingüístico. Y
es que pensar es escribir también –lo sabe esta época contrastada– cuando hay
un (im)pulso por hacer de la gramática un agua, pese a que la belleza sea lenta
y fije con joyas como “ajuar de vaho”, siendo de fondo materiales aparentemente
diferenciados los de un pensamiento o un signo, pero reunidos después, ya digo,
extrañamente.
Una pequeña personalidad.
equivale vivir equivale vivir
a besar.
se asemeja vivir se asemeja vivir
a ajar.
una cestilla de frutas podridas
no me amilana.
una cestilla de trapos,
saludo cordial.
una cestilla de costras
no me acobarda.
el cenacho de dichos
por las castillas,
el capazo de corzos.
el sol que nos chupa nos quiera o no.
el sol
nos chupó,
que chupóse el canal.
el sol que tiene una gran personalidad.
fue lo que dijimos.
lo que juramos.
eso y eso.
fue lo que dijimos.
que lo consignaríamos.
baliza y seña.
fue lo que dijimos.
eso, lo del besar
la lesión y la tierra
y el mal, si existiera.
[...]
Sobre el imaginario, va de lo medieval al XXI, cuentos-fábulas
y padecer-de-tajos en forma de andolas tarareadas, borceguíes de muchos caminós
y, finalmente, pitayas y soles, todo ello bajo muy distintos lenguajes (y
estilos) que apuntan a un mismo valor o centro: el del corazón en forma de
biografía o lectora de sus propias memorias, aunque, ya lo hemos dicho, la
fantasía arrastre su propia aventura. No en vano el libro se estructura en diez
capítulos subdivididos a su vez en múltiples partes a modo de variaciones o enigmas,
con dichos capítulos dialogando interiormente unos con otros –vivos– dentro del
libro, como el IV y el IX bajo la premisa “Mi vida” y los concéntricos I-X, por
poner dos ejemplos cenitales. Si fuera una antología, sólo sería la de la vida,
que qué antología no es. Pero hay una virtud que trasciende esa lectura: la del
leer como continuidad. En este sentido, Una pequeña personalidad linda
tiene mucho de macrocosmos y universo personal, al mismo tiempo; de deuda con
el narrar(se), tiene. El diálogo con las formas medievales la relaciona, al margen
de las propias referencias contextuales como Guillermo de Poitiers o el Dante
de la Vita nuova, a los que la propia autora cita en las Notas y agradecimientos
finales y que aparecen entreverados desde cierto simbolismo, con otra gran
poeta de su generación: Ángela Segovia, y más concretamente con su singular Amor
divino, donde se realiza una revisión de la sentimentalidad desde estas coordenadas; así como también están presentes los arquetipos de las personas amadas a los
que esta poeta da lugar en su último libro, Mi paese salvaje, y que, novio
o marido, se hallan en García Faet en similar perspectiva. En lo tocante al
presente, es clara la voluntad de renovación de Berta García Faet tanto en las
formas como en los temas desde sus comienzos, algo que no la exime de dialogar
con el Vallejo monosilábico y eterno de 1919 en tres páginas.
[...]
en esto que voy y abrí la puerta
y al otro lado
estaba
yo y estaba ella
la misma puerta
no otra puerta
que es como decir
ella viaja porque ella es viajera
la
causa de su amor es que en
efecto
ama
porque hay sol bajo el sol
nos asoleamos
que es como decir
hay fantasía porque los seres fantásticos son
fantásticos
hay puertas de madera porque la madera es una
puerta
yo
como soy cuerpo
soy lo mismo que un pedazo de madera
hay rectángulos porque hay cuatro lados
y un camino recto
y como hay una puerta hay por fuerza dos lados
y como hay dos puertas hay por fuerza cuatro
lados
y como los rectángulos son puertas yo los cruzo
[...]
Hay, como ya había en otros trabajos de la autora, un estudio
de la sensibilidad en constante proceso de elaboración, y eso nos llevará de
algún dolor a los cuerpos al Mal, sorteado; o a ejercicios más conceptuales como
el de este fragmento de “Cuentoportezuela”, de mucha inteligencia. En líneas
generales, la narratividad de los poemas de García Faet obedece muchas veces a
la identificación de varios centros, los cuales vibran y laten durante el poema
para irse desvaneciendo, ser recuperados o, finalmente, ser erigidos cuando se
determine con una muy natural lógica o sutil imprimación de voluntad, pero evitando
en la visión general cualquier efectismo, pues dichos centros, muchas veces
obsesivos o nerviosos desde su concepción, obedecen a algo muy estético en sus
bases, y que pueden ser aquí un nido y un gusano o un cuento cuyo planteamiento
general la autora resuelve en los tres primeros versos (“tres capitanes/ mil
huestes/ una reina”) para ser ya lana roja lo siguiente. El sentido del ritmo,
también, que a mí siempre me pareció metafóricamente en poesía, incluso con los
antiacadémicos, sinónimo de la actitud del poeta fuera de la página en la que
se ejecuta ese ritmo, hace compañía aquí a una cognición abarcadora que siempre
halla objetivos cuando apunta con su arco. Eso por no hablar del lenguaje
investigado. Vamos, que como cuando uno ama un poema y lo copia a mano en su
juventud para examinar detalles, se aprende leyendo a Berta García Faet.
En definitiva, la magia. Contagiosa, hábil, fecunda. Las
fresas y el futuro que ella reúne para nosotros. Celebrado.
mi vida es mágica
de lo otro
no sé nada
ya lo sabré
[...]