8 de diciembre de 2020

SE DESHACE EL VIENTO: 'haces. muros' (Polibea, 2020), de Federico Ocaña, con fotografías interiores de Irene Tourné y palabras preliminares de Francisco José Martínez Morán



levantas sin muros un templo

junto a la puerta elevas el canto

 

los muros no tienen piedras

el canto la puerta sostiene


Es el haz de luz a través del muro lo que es para el poeta la aparición de la palabra. Y él deshace el haz, sucede que la luz es única y es nacimiento, pero está obligada a fragmentarse, al pensarla: objeto. En cualquier caso, ese procedimiento implica la existencia del muro, aunque no sea deseado porque opaca el área del haz. ¿Existe el muro? ¿Qué lo sostiene? Errores, no palabras… Se escoge un cuerpo, dentro del acatamiento: hay pronombres. Y hace frío en el ruido, porque en él las palabras pierden el peso por el que fueron convocadas. Para ser yo –lo dijo un poeta– no deberían existir los otros, pero libres vamos contra la nada, en aras de un lugar fraternal, cantado, sin ninguna exclusión. El telar se gesta en un muy significado silencio, uno donde resplandece el oficio. Aparece, entonces, alguien que acompaña. Sin soledad, el vientre es ya el origen. No hay palidez porque firme es su despliegue. Los sonidos no son ruido. Es a través de ese espacio por venir donde la muerte, como la nieve, se cura con sal, y el poeta vence a aquello que hubiera querido determinarle. La libertad es una morada –lo escribió una poeta– donde la quietud es antónima de la huida. Serán determinantes estas contradicciones: la mudez no inicia, el sol no alumbra, la herida no sangra… Los ángulos son la clave del espacio. Es en los ángulos abiertos donde la posibilidad de la vida se redime contra la de la muerte. ¡Tiempo! Habla uno en lugar de dos, en lugar de tres, pero dentro hay un anudado margen. Dependen de ellos, entre sí; depende el que habla del que escucha. Es la memoria. Hechos conjugados a solas no son hechos, sino misterios. Hay un rastro que evoca a los testigos. Deberás escoger la más latente compañía, levantar de ella un refugio con o sin símbolos. Ante un lienzo, serás pintor. Pase lo que pase, la tierra, la existencia, nos habrán contemplado. Siempre adentro, anhelas del trayecto la luz que traspase el muro, el cuerpo, tu lenguaje. ¿Cuántos llegaron hasta aquí? Yo hablo por ellos también: genero pertenencia. Tu razón otorga estructura a la estructura misma, música al sonido, sentido a la diferencia. Tu cuerpo es un lugar de ecos que discriminas contra lo que sabes. No todo lo que sucede adentro sucede afuera. Afuera de ella. Crees interrumpir su travesía, pero hay un esbozo de todo esto en el cuaderno del que oye. Parecerías exiliarte, no sé si por decisión o porque nadie te espera. Yo te espero. Ella te espera. Ella te espera también. ¿Crees en la comunicación? Posibilidades. Porque el muro es violencia, unión de los fragmentos, disueltos para el entendimiento, ahora acogidos por una razón en jaque. Todo alberga doble sentido, una apertura que parte de la densidad, excepto cuando dices “sí”. Esto dices.


Irene Tourné y Federico Ocaña, una tarde, hacia 2017

Las fotografías de Irene Tourné (Madrid, 1990) evidencian una incursión madura en este arte y añaden relato, desde el pórtico y en fecunda sintonía, con escenas cenicientas o espacios en apariencia determinados por su cierre, incluyendo estas formas puertas tapiadas, verjas, muros hartos en su textura, paisajes rotos, hasta una poética fotográfica del espacio en pleno sentido, al hacer lingüistico –(meta)físico, podríamos decir– de haces. muros, segundo poemario de Federico Ocaña (Madrid, 1990), publicado por Polibea a finales del presente año 2020 con palabras preliminares de Francisco José Martínez Morán sólo seguido por la publicación de Desprendimientos (Amargord, 2011) hace casi una década, texto éste que ciertos lectores guardamos como un preciado secreto. Poeta singular en su generación por elaborar, desde el silencio, una palabra deudora con la historia y la memoria, su escritura abriga el ineludible magisterio de Paul Celan y se abre hasta otros espacios transitados por E. Jabès, J. Á. Valente, C. Janés o Sánchez Robayna, al margen de todo el poso de vena mística, religiosa, como cuando Santa Teresa, la tradición bíblica en sus diferentes arterias o la profecía como lugar de enunciación –fijeza, fijeza en un decir que ambiciona el no-tiempo– parecieran tener un espacio intertextual necesario al investigar fuentes y conceptos tratados por el poeta. Y es que a lo largo de las más de 100 páginas que conforman este libro cuidadísimo de fragmentos condensados, aunque distribuidos con un afán de orden que pone de relieve la razón del yo, donde el lenguaje asume la mudez y el estremecimiento para abordar lo vivo, nos convertimos en testigos de la pugna que el poeta acostumbra en un espacio en sombra y luz al tiempo, donde alguien nos salva, las palabras no bastan, y más.


en la materia la tierra

que la compone. estancia

 

de criba. esta palabra viene

del fondo


Este matiz, el de la aparición de un yo a veces borrado con intención pero que sitúa con mirada escogida –decisión como sabiduría– su figura cuerpo a cuerpo con el propio lenguaje sin subordinarse a él ni entendiendo la poesía como un viaje en bruto de los símbolos y las potencialidades que éste genera, esto es, ya como la forja de un imaginario que encarna los símbolos que lleva a cabo o realiza el lenguaje en su decir integrándolos en la propia lógica del texto –la vida, la luz, el pensar como hechos lingüísticos y en examen– es tal vez la cualidad más sobresaliente que recorre haces. muros, en lo que es un proyecto de escritor que va más allá de la imposibilidad del decir con el decir mismo, algo presente en sus inicios pese al logro de otros acercamientos y aquí superado a fortiori, el cuestionamiento del lenguaje hacia su naturalidad ulterior, algo así como aquello que todos intuimos le pudo suceder a San Juan de la Cruz en cierto quiebre –¿acaso es nuestra esa experiencia?– o a algunos otros, pero en cualquier caso un camino, como decíamos antes, que además Ocaña hace por agudizar de cara al lector a través de la adición de codas al texto, varias líneas de fuga –¿es tal vez una partitura?– e incluso un canto al propio acto de escribir, cuando relaciona la palabra con el límite intrínseco que la rodea ante la que el poeta sólo puede tantear, rodear, (a)cercar(se), para, como decimos ahora, añadir su voz decidiéndose a asumir la libertad que eso conlleva.


pared sangra tu rostro

resbala tu silencio hiere

 

el muro es violencia

 

Finalmente, el poeta salvará la distancia entre todos los ámbitos que abre cuando escribe: la definición, el erotismo, la pertenencia... Como si de una (in)vocación se tratara, todos los agentes que produjeron esta tan tumultuosa transformación harán del nacer vivir e incluso escribir será escribir, y las palabras de Federico Ocaña ganarán y crecerán en peso irrevocablemente porque el peso las esculpió a ellas un día con doloroso pacto. El poeta, llegado a este punto, sólo tendría que garabatear en un muro derribado por el amor los signos de un viaje valiente.