20 de mayo de 2016

EL DESTIERRO DEL SÍMBOLO


Ojalá no te esparzas, símbolo,
y todo sea metáfora de todo
lo invisible. Yo no te dejaré
alzar el clima de tu podio
y así reine tu engaño persuasivo,
cuchillo rojo en la inocencia,
veneno entre los puentes
cuyo cuerpo inventó la arquitectura.
Te conozco, ¡y cómo prevaleces
con lúcida soltura frente al sitio
donde las aguas dan luz al nacimiento,
calladas y hay mutismo!
Sufro la apariencia de tu instante,
seducción o almanaque de las armas
ignoradas por la masa dirigida.
En tu lengua he visto yo
los lazos transparentes de la niebla,
pero debo tu destierro o moriré,
moriré en lo sagrado pero muerto
y nadie podrá llorar por mi equilibrio,
cobijo errante con lianas de sanción.
Tus enemigos deben ser muy fuertes
y tus amigos deben ser muy fuertes.
Tu magia es instalarte entre los verbos
para conjugar la descripción de la verdad,
pacto que susurras con mentiras
y absorbe la tangible salud de lo ordinario.
Demasiado inmortales tus ojos para mí,
pese a que el trato que fijamos
un amanecer de lámparas siniestras
haya hecho de mí algo inconcebible,
y esté en deuda contigo para siempre.
Debo entonces tu muerte al pausado raciocinio
y a una mujer que mancha las paredes
vinculando tus joyas rupestres al sentido,
pero sé que solo pensarás en mí
porque mi amor por ti fue grande
y casi verdadero, y casi verdadero.

de Poliedro (Antipersona, 2017)